“Cría cuervos y te sacarán los ojos”, dice el refrán… Y es cierto: ya me han sacado uno e intentan sacarme el otro y dejarme ciego absoluto. Lo sé. En este país los cuervos son cuervos cumplidores, no pajarracos pseudoheráldicos, como los de la Torre de Londres. Los cuervos españoles son auténticos, porque si los de la torre londinense se largaran, el Reino Unido seguiría siendo reino y estando unido, pero España sin los cuervos, grajos y urracas, es posible que ya no fuera ni España ni nada, tal es el arraigo de estos bichos en el paisaje y entre el paisanaje.
Sin embargo, yo sigo impertérrito, con el ojo avizor que me han dejado, el lento transcurrir de Cría cuervos, la película de Carlos Saura, mil veces vista, mil veces recordada y mil veces meditada… Una niña (Ana Torrent) vive presa de las memorias de su infancia: un padre militar y sus queridas, una madre que muere sin misericordia de Dios, unos primos, una música perfecta del Perales que, machaconamente, pregunta “¿por qué te vas?, ¿ por qué te vas?”…
Y ¿dónde están los cuervos en la película? Pues no lo sé… En ninguna parte, por eso están en todas. Le ocurre a esta obra (genial y triste) como a Un perro andaluz, de Luis Buñuel, que ni sale el perro aparece el andaluz, pero si sale una navaja que corta un ojo, como queriendo ser cuervo quirúrgico, barbero y misterioso escalofrío. Pero las niñas de la peli bailan torpemente el tema musical, como presintiendo la vaciedad del futuro y la nada de la vida.
…Yo también criaba cuervos a esas edades. A “esas edades” le pedí a mi padre la cámara fotográfica (una Fawell, siempre la recordaré) porque ya tenía inquietudes periodísticas. Mi padre siempre fue mi futuro absoluto. Y tenía también un tío, jefe de estación, y, como enfatizando, otra vez jefe local del Movimiento y alcalde. Era una buena persona que me hacia muchos juegos y me dejaba cambiar las agujas del tren, algo maravilloso, porque nadie puede imaginarse la sensación de poder que da el hecho de imponerle las vías al tren: es como mandar en los destinos… También es verdad que algunos familiares ya se iban muriendo, y yo me preguntaba por qué.... y siempre pensaba que a mí me faltaba una eternidad para morirme.
Después llegó Dorita; Dorita Bataller Andreu…, niña/novia. Y los cuervos que me han sacado el ojo ya me rondaban. A Dorita la vi hace seis años, en el cementerio, cuando enterraba a mi padre. No podía ser de otra manera. Y se alegró mucho, dentro de lo que se pueden alegrar dos que fueron nuños/novios en un cementerio. En fin, todo se cierra, ya digo. Nadie se va de este mundo ni un minuto antes ni después de cuando debe, como decía poco antes de morir mi maestro, don Camilo José Cela.
Muchas veces, algunas veces, por causalidad, suena en cualquier aparato de radio o televisión, el Por qué te vas de Jeanette/Perales. Y la música y la propia Jeannette, que siempre me ha tenido seducido, porque igual resulta que es Dorita disfrazada, encantada como Dulcinea, me lleva otra vez a la escena de las niñas bailando a solas, como cuando mi prima María Ángeles me enseñaba (nunca aprendí del todo) a dar unos pasitos por si acaso íbamos a la verbena… Es decir, si veo la película (mientras recuerdo) escucho a Jeannette; y si escucho a Jeannette (mientras recuerdo) veo la película.
… Pero los cuervos me esperan.. Son inmortales. Ningún caso de peste aviar entre ellos: sólo mueren los cisnes y los pollos baratos de los chinos; los córvidos, como son muerte, resultan inmunes a la muerte.
En un certamen de poesía (el de la CEAM, de Segorbe, año 1998) me dieron un premio, creo que fue el de ganador, José Luis Moreno y Rafael Calvo… José Luis Moreno tiene un cuervo amigo y filósofo, Rockfeller, que me lo cuenta todo y me avisa de las intenciones de los otros cuervos. Y yo le chivo a Rafael Calvo lo que hacen los cuervos de las cercanías y por dónde duermen. Siempre es bueno tener un cuervo amigo… Sin embargo, a mis 54 años, sigo preguntándole a una muchacha que todavía no sé quién es: “¿por qué te vas?”…
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