Tuesday, March 13, 2007

Vicente Blasco Ibáñez y la Generación del 98 (Conferencia)

A la memoria de don Enrique Viana Cambrils,
que guardaba el retrato.

INTRODUCCIÓN



Hace más de treinta años, cuando yo era adolescente, los escolapios de Valencia, los de la calle Carniceros, los que vestían, y quizás “blandían”, idénticos hábitos que los que antaño no habían podido dominar a don Vicente Blasco Ibáñez, cometieron, parafraseando cierto título cinematográfico, dos errores. Esos dos errores se refieren a mí, pero, dada su naturaleza, mucho me temo que poseen validez universal. Esos dos errores consistieron en hacerme leer, durante la enseñanza primaria, una versión reducida del Quijote; y, durante el bachillerato, como modelo literario de la Lengua francesa, parágrafos extrapolados de Los miserables, de Víctor Hugo.

Digo que cometieron dos errores, pero también -siguiendo la biografía de nuestro ilustre paisano, espía novelesco en todas las guerras, tal cual personaje de El tercer hombre,quién sabe si fueron tres... En este supuesto, el tercer error consistiría en que lograron que aborreciera las matemáticas de por vida. Y me explico: Don Vicente Blasco Ibáñez quiso ser marino, pero cuando, dispuesto a estudiar la carrera se vio obligado a pelear con las matemáticas, la dejó y se pasó a las Letras, y, gracias a las Letras, pudo navegar por el fundamental Mare Nostrum del capitán Ulises Ferragud, por la bahía del Papa Luna, por el Atlántico de la Tierra de Fuego, y, en definitiva, por todos los mares que bañan los mundos.

...Y me sigo explicando: Los escolapios cometieron el error de hacerme leer en francés a Victor Hugo, un poeta social que marchó al destierro en la isla de Guernessey tras caer la Segunda República francesa, la proclamada en la Revolución de 1848, un literato que, a decir de Blasco Ibáñez, fue “un autor de antítesis”, un contracorriente que puso en boca de su más representativo personaje, el ex presidiario Jean Valjean, las mejores virtudes del género humano. Aún recuerdo cómo me las hacía traducir un tal padre Cerveró, de Guadasuar él...

Pero bueno, como digo, la lectura del Quijote me marcó por los mismos motivos, éticos y estéticos, que a cualquier hombre medianamente cuerdo que le preste la debida atención. Así le sucedió a don Vicente y así le sucedió a Ernesto “Che” Guevara, aquel Ernesto “Che” Guevara, asmático y batallador, que poco antes de morir acribillado en el vilorrio de La Higuera, había escrito en su diario: Aún siento bajo mis piernas el costillar de Rocinante.

... Me marcó, ciertamente, la soledad del Hidalgo, pero también el libro sublimó en mi mente La Mancha, la España seca, la de las vides moradas del otoño, la de los rebaños dolientes, sin consuelo; la de los molinos aburridos y sin viento, la de las inmensas llanuras, esas inmensas llanuras que luego galoparía el Rocinante joven, ese caballo cuatralbo, caballo del pueblo, pletórico y desbocado, de Rafael Alberti...

Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de don Quijote pasar..., escribió asimismo León Felipe. Y ese pasar, que, mírese por dónde, parece recordarnos el artículo que le costó un duelo a don Vicente (Al pasar..., al ver pasar al rey), ese saber comprender la obra cervantina y su contexto (Este buen Azorín, por adopción manchego..., le escribió Antonio Machado al autor de La voluntad), va a constituir la piedra de toque, como luego se verá, en la acreditación del pensamiento españolista y noventachista de nuestro ilustre valenciano.

Añadiré, por ser las vivencias -a veces también los rencores, las que a uno le motivan para escribir que, poco después de abandonar mis estudios en los escolapios, abrumado por el peso del álgebra, a la que todavía odio con toda mi alma, ya por libre, me di a la lectura de dos novelas que por un casual cayeron en mis manos. La primera fue Sangre y arena, de don Vicente, y la segunda La Busca, de don Pío Baroja. Así pues, los toros, siempre somatizados en mi interior, váyase a saber por qué, La Mancha, y la abulia y pobreza de aquellos tiempos sórdidos y novelados del Desastre, todo lo que comulgué en mi primera juventud, en mi primer gran fracaso con las ciencias exactas, me compele a escribir este breve ensayo -ampliación de una conferencia de igual título- para la Real Academia de Cultura Valenciana. Un escritor como yo, nacido en Algemesí, trabajado en toda España, y enamorado del Alto Palancia, no puede recibir honor más alto. Huelga decir, pues, que la emoción es intensa y viva.

LAS CONTROVERSIAS DE LA GENERACIÓN

Empero, vayamos al grano, veamos por qué y a santo de qué, en todos los cronicones, ensayos, mesas redondas, tabernáculos y mentideros en los que se habla de la crisis
del 98 o de la Generación del 98, queda fuera de plática, olvidada o maliciosamente preterida, la vital personalidad de nuestro tribuno de la plebe, de nuestro escritor más universal, del que fue condecorado por Clemenceau con la Orden de la Legión de Honor de la República Francesa y nombrado doctor honoris causa por la Universidad Geoerge Washington de los Estados Unidos de América.

Para demostrar la torpeza mental de sus odiadores sólo nos queda un camino: cotejar lo realizado, hablado y publicado por don Vicente con lo de los demás. O sea, que es bien sencillo, veamos dónde estaba cada cual y si lo que predicaron los miembros de la mítica Generación se corresponde o no con lo pregonado, y en ocasiones defendido a sangre y fuego, por nuestro hombre. Sólo de esta guisa podremos descubrir a los falsarios. Y no me refiero a poner en tela de juicio la calidad literaria de los consabidos integrantes de la Generación del 98, que es extraordinaria, sino la vacuidad de los que de ellos hablan, olvidando al valenciano, sin atender más razones que las de la insidia, el engolamiento o la simple dejadez, la dejadez consistente en no indagar lo necesario. La tropelía es tal que clama al cielo... y al infierno.

Hagamos constar, pues, de entrada, que el propio concepto de Generación literaria, académicamente hablando -pero sin demasiadas pretensiones “académicas” por mi parte-, está sujeto a las llamadas reglas de Pettersen . Es decir, que para poder afirmar que el grupo de escritores X forma una Generación, en puridad, hay que juzgarlo con arreglo a las siguientes premisas:

1.- ¿Qué herencia recibe?
2.- ¿Cuáles son las fechas de nacimiento de sus miembros?
3.- ¿Cuáles los fueron sus elementos educativos?
4.- ¿Se percibe en ellos una auténtica comunidad personal?
5.- Las experiencias vitales, ¿son parecidas?
6.- ¿Tienen un guía?



Pues todo eso a duras penas se da en la Generación del 98 . Generación que, en tanto en cuanto ella misma, debe su nombre a Azorín, que fue quien así la bautizó en cuatro artículos publicados en el ABC de 1913. En honor a la verdad, antes que él, en 1908, el duque de Maura, don Gabriel, en el periódico Faro, ya había polemizado con Ortega en torno a la Generación que viene. También, ese mismo año, Andrés González Blanco, en su libro Historia de la novela en España desde el Romanticismo hasta nuestros días, habla de la Generación del Desastre, aludiendo al grupo de novelistas que se dio a conocer entre 1894 y 1900.

Pero volvamos a Azorín... Dice éste en uno de sus artículos bautismales, haciendo malabarismos para cumplir con las premisas de Pettersen: Nosotros heredamos en 1898 este ambiente espiritual de orgullo hispánico, como habíamos heredado el realismo galdosiano y la socarronería de Campoamor. En nosotros se daban estas modalidades contrapuestas de orgullo anticrítico y de crítica humilde, como en Costa, como antes en Larra, como antes en Quevedo... En resumen, el alicantino cifra los postulados inherentes a la Generación del 98 en los siguientes puntos:

1.- Amor a los viejos pueblos y al paisaje
2.- Interés por los poetas primitivos: Berceo, el Arcipreste de Hita...
3.- Pasión por El Greco, retomándolo del modernismo
4.- Cierto romanticismo
5.- Pretensión de rehabilitar a Góngora (lo que luego haría el 27)
6.- Entusiasmo por Larra.
7.- Curiosidad mental por lo extranjero
8.- Azuzamiento de la sensibilidad, a raíz del dolor provocado por el Desastre.

La disparidad de fechas de nacimiento de sus miembros, sus, a veces enfrentadas, ideologías, hacen que, a la Generación del 98, se le haya dado mil vueltas, de arriba a bajo y de izquierda a derecha, por ver si cumple o no con los requisitos de Pettersen. Pero el alemán Hans Jeschke, centrándose en las “experiencias generacionales”, vino a decir, en 1934, que sí, que lo elaborado por Azorín podía darse por formalmente correcto . En torno al mismo problema, Pedro Salinas publicó un ensayo en la Revista de Occidente (1935), titulado El concepto de generación literaria aplicada a la del 98 , en el que también sostiene que, lo fundamental es la comunidad de vivencias de la Generación. Y esta postura coincide asimismo con la opinión de Ramiro de Maeztu e incluso con la de Ernesto Giménez Caballero.



Este último, Ernesto Giménez Caballero, haciendo alarde de un barroquismo noventayochista sin parangón, en su artículo Esa tumba, donde resucitará España, publicado en Genio de España (1932) , nos habla de 13 “noventayochos de España”, que serían :

1.- (El primer 98 de España) Se produce el primero en 1648, cuando se firmó el pacto con Holanda. España perdió entonces Las Provincias Unidas y las colonias asiáticas de los holandeses.
2.- (El segundo 98 de España) Aconteció el segundo en 1659. España perdió ese año Artois, Luxemburgo y las plazas de Flandes, el Rosellón, la Cerdaña y los derechos sobre Alsacia, quedando el Pirineo como frontera de Cataluña.
3.- (El tercer 98 de España) Sérá tercero el de1668, cuando se firmó el pacto de Portugal, y este país alcanzó su independencia.
4.- (El cuarto 98 de España) El cuarto se producirá en mayo de 1668, cuando perdimos Charleroi, Binch, Ath, Donai, etc. En secreto, Luis XIV y el emperador Leopoldo pactaban un reparto de España.
5.- (El quinto 98 de España) El quinto, a pesar del refrán taurino que dice que “no hay quinto malo”, tuvo lugar en septiembre de 1678. Entonces perdimos el Franco Condado.
6.- (El sexto 98 de España) El sexto, lo ubica G.C. en el 11 de abril de 1713, cuando España perdió Gibraltar (tratado de Utrech), Menorca, los Estados de Flandes, las posesiones en Italia (menos Sicilia) y la colonia de Sacramento, en América.
7.- (El séptimo 98 de España) Fue séptimo el de 1763. Ese año España abandonó sus derechos en Terranova, Florida, fuerte de San Agustín, Panzacola y sus territorios en el Mississipí.
8.- (El octavo 98 de España) Como octavo figura el trienio que va de 1792 a 1795. Durante ese tiempo perdimos el Orensado (Mauritania, Argel, etc., anteriormente conquistados por Cisneros) y Santo Domingo.
9.- (El noveno 98 de España) El noveno se llamará “1800” y “pérdida de Luisiana”.
10.- (El décimo 98 de España) Acontece el décimo en 1802, porque en 1802 España pierde La Trinidad, en Las Antillas.
11.- (El undécimo 98 de España) El magno y tan apenas mentado, undécimo tendrá lugar entre 1810 y 1825, que fue cuando se perdieron todos los grandes países hispanoamericanos, merced a Miranda, Bolívar, San Martín, etc.
12.- (El duodécimo 98 de España) Éste, el verdadero, será para Giménez Caballero el duodécimo; es decir, el que nos ocupa, el del 10 de diciembre en París, en él perdimos Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Las Marianas, Las Carolinas y Palaos.
... y 13.- (El tridecésimo 98 de España) Se produjo el tridecésimo en 1921, y se llamó el “desastre de Annual” y “Berenguer”. El final, dice, se llamará “1930” y “Pacto de San Sebastián”, heredero sintético de todos los noventayochos pasados.

Ernesto Giménez Caballero (GC), a pesar de su filofascismo, de don Vicente Blasco Ibáñez, andando el tiempo, desde la perspectiva, dirá:

La mayoría de los jóvenes actuales no conocíamos a Vicente Blasco Ibáñez más que por retratos, anécdotas y alguna película suya. Ni sabíamos directamente cómo tenía la cara, ni casi sus libros. Le habíamos leído muy poco. Y, sin embargo, él, Vicente Blasco Ibáñez, como hecho literario hispánico, interesaba muchísimo.
Tenía un algo de recordman, de gran pirata y de aventurero genial, que nos lo hacía atrayente y admirable.
Aquí, donde nuestra vida literaria es tan mezquina y estrecha, él constituía el héroe que había conquistado el vellocino de oro y la trompa celeste de la fama por el ancho mundo. Suenen, pues, los clarines magnánimos de las honras. Por el honor total de todos. Que España, al fin y al cabo, vista desde lejos, sólo es una estrella flotando entre los mares .

Como pueden ver, los condicionantes de Pettersen sólo pueden valer para aquellos que se tomen la literatura como una disciplina científica, y aun así, con reservas; para mi/nuestra postura, no. Por ello, que sigan discutiendo quienes quieran acerca de si por un poco más viejo o un poco más joven un escritor determinado se merece estar incluido en ésta o aquélla Generación, yo soy de los que piensan que unen el espacio, el tiempo y la actitud, independientemente de la edad.



Con todo, la pléyade de críticos e historiadores que ha estudiado la Generación del 98 es inmensa. Melchor Ferández Almagro, Pedro Laín Entralgo, Manuel Tuñón de Lara quizá sean los más nombrados, pero a don Vicente Blasco Ibáñez o tan apenas lo citan o, si lo hacen, es para denigrarlo. El caso de Pedro Laín -de ideología bien conocida- resulta verdaderamente vergonzoso: cita, de pasada, en una nota al pie de página, a Blasco, para, en pluma del padre Oroní, llamarle “naturalista rezagado” , o bien para vituperarlo, a la par que a Féliz Azatti, como bestia anticlerical:

Por mi parte -escribe Laín-, me resisto a creer que un hombre inteligente -Baroja lo es, sin duda- se conforme, en punto a la religiosidad, con el groserismo y vulgar anticlericalismo de los Blasco Ibáñez, los Azzati y los Nakens.

El decir, o escribir, de Pedro Laín en este punto, y otros, es falso, manido y vergonzante, como la mayor parte de su Generación del 98. Blasco ni es blasfemo ni grosero, lo único que hace es abogar en pro del laicismo del Estado. Se comprende que el médico, ensayista y falangista odiara la República que Franco acababa de derribar, laica y moderna; se comprende el vilipendio con que arremete contra nuestro escritor porque no se doblegó al dirigismo de Madrid. Mas el hecho de que se comprenda una fobia patológica no quiere decir que no se le responda. Y para ello lo mejor es la cita directa, sin intermediarios ditirámbicos, de Blasco. Vean:

Queremos una República, no para los republicanos, sino para todos los españoles.
En las presentes circunstancias, la República no es una solución política, es una solución nacional, y dentro de ella todos los españoles han de alcanzar garantías y respetos, procedan de donde procedan.
Olviden todos esas calumnias miserables lanzadas contra la República para divorciarla de determinadas clases.
El militar será amado y respetado por la República, que verá en él un defensor de la patria y la libertad.
El comerciante, el industrial y el propietario, tienen en la República el régimen de la honradez y la economía.
*El sacerdote que cumpla sus deberes evangélicos sin mezclarse en política, encontrará en la República protección y respeto.
La República, suprema formula de la voluntad del pueblo, es hoy la única solución para la patria.

Una década después, con más resonancia, por mera y mayor difusión, ante la debacle
de la componenda dictatorial de Alfonso XIII con el general Miguel Primo de Rivera, don José Ortega y Gasset publicó su famoso artículo El error Berenguer. En esto, como en casi todo, Vicente Blasco Ibáñez se había adelantado. Y todavía hay individuos que no se lo perdonan. A pie de página reproduzco, para su comparación, íntegros, los dos artículos.

También Melchor Fernández Almagro en su Historia Política de la España Contemporánea, (tomo 3, pág. 280) tilda a Blasco de demagogo y lo relega al socorrido apartado anticlericalista. Mas otro doloso desbarajuste que comete el anteriormente mencionado Pedro Laín, por mor de su quimérico centralismo madrileño, es el de juzgar a los componentes de la Generación en aras de su apego o desapego a la Villa y Corte, como si el resto de España no existiera, como si Valle no hubiera escrito sobre Galicia o Baroja sobre Vascongadas. Sin embargo, y a pesar de quienes fuere, vaya por delante el verismo político de Blasco cuando en su artículo ¡Comamos y riamos!, de 1 de mayo de 1898, compara los ambientes de Madrid y Valencia, y dice:

Así como en el mapa político de España figura Valencia en primer lugar, pues ninguna otra provincia siente su fe y entusiasmo por la República, también marcha a la cabeza de la nación en punto a fervor patriótico.
Un diputado de la mayoría, de los que por el sostenimiento de lo existente tienen interés en que se exalte el sentimiento nacional, lo decía hace pocos días en un pasillo del Congreso:
-Acabo de llegar de Valencia. Allí hay entusiasmo por la patria. Al llegar a este Madrid me ha parecido que entraba en un pueblo extranjero, indiferente para las cosas de España.
Y así es. ¿Quién creería que estamos en guerra? El pueblo de Madrid se divierte y ríe más que nunca.
A excepción de las cigarreras y unos cuantos entusiastas golfos, que ven en la despedida de los batallones ocasión oportuna para salir por las calles tremolando banderas y dando gritos, no hay quien se preocupe por la situación del país.
En los cafés se discute con gran calor si en la próxima corrida patriótica, Lagartijo, el anciano califa, vestirá traje de luces para matar un toro; en los teatros el público anonada y atemoriza a los Estados Unidos haciendo que en los entreactos entone la orquesta la marcha de Cádiz y salgan los actores a las tablas tremolando banderitas de papel; en las Cortes, ¡oh! en las Cortes, los diputados hacen chistes; cada discusión parece una pieza del género chico, y los representantes del país ríen como reirían sin duda los senadores del imperio bizantino cuando la ola de la invasión árabe mugía a las puertas de Constantinopla.
El ministro de Hacienda ha presentado unos proyectos, con los cuales nos comeremos en un año la fortuna nacional, sin que se rebaje en un céntimo la lista civil; los contribuyentes habrán de adelantar un año de tributación; las industrias, agonizantes, tendrán que hacer un nuevo y desesperado esfuerzo para cumplir con el Estado; es la ruina y tal vez la guerra civil lo que viene a sumarse con el conflicto internacional, y sin embargo nadie se preocupa de la fatal situación, y exceptuando los diputados republicanos, nadie ha fijado su atención en esta nueva calamidad nacional.
¿Para qué?
Aquí el patriotismo consiste en hablar mucho de las pasadas grandezas de España, en
llamar cerdos a los yankées, en pedir el triunfo de nuestra nación, pero sin prestarle voluntariamente ayuda alguna.
Los pobres han dado su sangre. El albañil, el carpintero, todos los infelices que se ganan el pan con sudores y fatigas, han dado a la patria lo que más cuesta en el mundo, el hijo que se queda allá para fertilizar con sus despojos la manigua o que vuelve como un andrajo humano, inútil para el trabajo, sin más vida que la de un cadáver animado por movimientos automáticos. Y los ricos, que aquí se cuentan a centenares, los que llevan veinticinco años disfrutando de los primeros sueldos de la nación, esos dan cuatro mil pesetas para la suscripción nacional, y tienen buen cuidado en que su nombre aparezca en los periódicos adornado con toda clase de elogios.
Y mientras el de abajo perece, arriba se ríe y se desea la victoria, sin perjuicio de preguntar todos los días, con risueña indiferencia:
-¿Qué barco nos han cogido hoy?
Y los teatros siempre llenos, y la plaza de toros rebosando gente, y las músicas toca que toca la bendita marcha de Cádiz, y la escuadra sin saberse a punto fijo dónde está y qué hace; y el gobierno envuelto en la gravedad hierática del que guarda el secreto de la nada, y las clases más altas de la nación indiferentes, risueñas, felices y parodiando a Desmoulins.
-Comamos y riamos, que al fin hemos de morir.

Naturalmente, ni este artículo ni su autor son para el ilustre académico don Pedro Laín Entralgo dignos de ser mencionados en su manoseada obra La Generación de 1898. Incluso su opinión sobre Baroja, al que defiende omitiendo su acrisolado anticlerecalismo, del que da pruebas por doquier, es falsa y torticera. Valga como ejemplo, sin ir más lejos, la siguiente cita de La Busca:

...En cuestiones de religión se mostraba partidario de la libertad de cultos; para él el ideal hubiese sido que en España existiese el mismo número de curas católicos, protestantes, judíos, de todas las religiones, porque así, cada uno eligiría el dogma que le pareciese mejor. Eso sí, si él fuera del Gobierno, expulsaría a todos los frailes y monjas porque son como la sarna, que viven mejor cuanto más débil se encuentra el que la padece. A esto arguyó Leandro, el hijo mayor, diciendo que a los frailes, monjas y demás morralla lo mejor era degollarlos, como se hace con los cerdos, y que respecto a los curas, fuesen católicos, protestantes o chinos, aunque no hubiera ninguno no se perdería nada.



A mayor abundamiento, y sin que ello signifique ni más ni menos de lo que significa, Blasco, retrató Madrid en varias novelas: La horda, La maja desnuda, La reina Calafia, etc.(independietemente de que conociera muy bien la capital de España, tanto por sus tiempos de amanuense de don Manuel Fernández y González como por sus estancias en calidad de diputado; para mayor inri, hubo una época en que vivió en la calle Mesonero Romanos, el castizo cronista...), sin que tan apenas los tratadistas lo nombren. Amén de que, como digo, el madrileñismo fundamentalista sea dudoso en Baroja. Por lo menos así lo entiende don Francisco Flores Arroyuelo cuando, en el prólogo a La nave de los locos, compara las literaturas de Galdós (íntimo de Blasco) y de Baroja:

...Muy distintos eran también los sentimientos de ambos escritores frente al paisaje, tanto urbano como natural; así vemos el distinto enfoque del final del siglo XVIII, punto de arranque de ambas obras, que Pérez Galdós centra en el Madrid de Goya, de Godoy, de las majas, mientras que Baroja lo sitúa en los pequeños centros urbanos del País Vasco, que son los primeros en recibir el influjo de las ideas renovadoras de Francia. Para Pérez Galdós, Madrid es el centro de donde fluye la vida, mientras que para Baroja, Madrid es el lugar donde se paraliza lo mejor de los hombres de España, hasta el punto de que muchos de sus personajes apenas pueden vivir mucho tiempo allí cuando por circunstancias acuden a ella. Pérez Galdós midió siempre a la sociedad española por Madrid; Baroja, que no ignoró el papel de catalizador que desempeñó Madrid en la vida española, le otorgó un papel secundario .

Mostradas, pues, las antinomias de los eruditos generacionales, habrá que

concederle al menos a Azorín (un tipo en el fondo misterioso) una preclara intuición, casi “mercantil”, para hacer valer su invento... Cuando el periodista Paulino Masip le pregunta a don Ramón María del Valle-Inclán por la Generación del 98, el autor de Divinas palabras, le responde con otra pregunta: ¿Dónde queda eso? . En fin, ya doña Emilia Pardo Bazán, a pesar de que quizá fuese ella la primera que lanzó la idea de regeneración, tanto en La España Moderna como en Nuevo Teatro Crítico , no las tenía todas consigo y miraba con cierto recelo el ir y venir de los regeneracionistas, quizá pensando que tantas ansias de limpieza y honradeces pristinas, por farisáicas e histriónicas, conducían inexorablemente a la dictadura. Cuando don Pío Baroja tiene que manifestarse sobre el tema, además de que son repetitivas sus ironías respecto a la mentada regeneración y los regeneradores , dice:



Yo no creo que haya, ni haya habido, una generación de 1898. Si la hay yo no pertenezco a ella. En 1898 yo no había publicado apenas nada, ni era conocido, ni tenía el más pequeño nombre. Mi primer libro, Vidas sombrías, apareció en 1900.
No me ha parecido nunca uno de los aciertos de Azorín, el bautizador, casi el inventor de esa generación, el de asociar los nombres de unos cuantos escritores a una fecha de derrota del país, en la cual no tuvieron la menor parte.
Con 1898, época del desastre colonial español, yo no me encuentro tener relación alguna.
Yo no colaboré en ella, ni tuve influencia en ella, ni cobré ningún sueldo de los Gobiernos de aquel tiempo, ni de los que les han sucedido.
La verdadera gente de 1898 fueron los políticos Sagasta, Montero Ríos, Moret, Maura, Romanones, García Prieto, y los artistas Galdós, Echegaray, Valera, Núñez de Arce, Letamendi, el doctor Simarro, el printor Pradilla, los dramaturgos Sellés y Cano, los actores Calvo y Vico y hasta los toreros Lagartijo y Frascuelo.

Y añade:

Los escritores que hicimos algunas campañas de prensa a principios del siglo XX en España, nos pusimos casi todos en una actitud contraria a los hombres de la Restauración, abominando de su espíritu y de sus procedimientos .

* * *

No obstante, a pesar de los negadores y de sus negaciones, la Generación del 98, quiérase o no, existe... porque de ella se escribe, y sólo la literatura da el ser... Así que tampoco está de más que mencionemos la tesís, más generosa, de caracter historicista, que sostiene Julián Marías a resultas de la clasificación en dos etapas que hizo su maestro, don José Ortega y Gasset.

Con arreglo al criterio de Julián Marías, la Generación del 98 estaría compuesta

por: Unamuno (1864), Ganivet (1865), Valle-Inclán, Benavente y Arniches (1866), VICENTE BLASCO IBÁÑEZ y Rubén Darío (1867), Gabriel y Galán y Gómez Moreno (1870), Asín Palacios, Serafín Álvarez Quintero (1871), Baroja (1872), Azorín, Joaquín Álvarez Quintero (1873), Maeztu, Manuel Machado (1874), Antonio Machado (1875) y Villaespesa (1877)
.
Empero la clasificación historicista de Marías no me sirve para validar mi/nuestra postura. Porque lo que pretendo/pretendemos es demostrar la pertenencia de la obra de Blasco a la esencialidad de la generación, o si se prefiere, a su inveterada indiosincrasia. Meter en el mismo saco las treinta encarcelaciones de don Vicente por denunciar la política de los gobiernos de la Restauración, la religiosidad -con perdón- rabiosa, de Unamuno, el esperpento valleinclanesco, la sordidez barojiana y el impresionismo azoriniano junto con los sainetes de los Álvarez Quintero, no me parece serio ni casi, casi, honrado.






Guillermo Díaz Plaja, distingue, no obstante, dos promociones dentro del grupo noventayochista: la primera formada por Unamuno y Ganivet nacidos en 1864 y 65; la segunda por Baroja, Azorín, Maeztu y Machado. Y dos promociones también dentro del modernismo; la primera integrada por Benavente, Darío y Valle-Inclán, y, la segunda, por Manuel Machado, Villaespesa, Marquina, Juan Ramón Jiménez y Guillermo Martínez Sierra .

De esta forma, y por nuestra cuenta, si nos atuviésemos a actitudes y contextos temporales, la Generación del 98 estaría formada, además de por don Vicente Blasco Ibáñez, por Joaquín Costa, Ángel Ganivet, Alejandro Sawa, Silverio Lanza, los modernistas y algún que otro político de la derecha: Silvela, Picavea y, si me apuran, hasta por el general Polavieja, que fue quien mandó fusilar al humanista-independentista filipino José Rizal.

Una vez, pues, asumida la “confusión”, sabedores de que contra el momento político de aquellos entonces clamaban republicanos, carlistas, naturalistas, casticistas y modernistas, llega la hora de adentrarnos en otros aspectos de la cuestión...


BLASCO IBÁÑEZ, EL PERIODISMO, LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA, LA UNIVERSIDAD POPULAR,
WEILER


El final del siglo XIX como sabemos es convulso, tal vez como la propia belleza, que no en balde dijo Breton aquello de la belleza será convulsa o
no será, de ahí que produjera la literatura que produjo. Y qué duda cabe de que ahora, desde la lejanía cronológica, la ajetreada exitencia de Vicente Blasco Ibáñez nos entusiasma como relato, como regocijo íntimo y cultural. Las instituciones lo ensalzan, la televisión le dedica noches sesgadas de verdad absoluta y hasta habrá director de centro penitenciario que leerá alguna de sus novelas con héroe anarquizante. Cuestión diferente sería que levantara la cabeza y hablara de la situación política o literaria, o que viviésemos nostros aquellas trapisondas de mítines, duelos y tiroteos. Es lo que Milan Kundera viene a decir, como trasunto de la teoría del Eterno retorno de Nietszche, en La insoportable levedad del ser.

En fin, don Vicente, exiliado en la Costa Azul, rememorando el sinvivir que le tocó vivir cuando el enfrentamiento con Rodrigo Soriano y demás, dijo: Dirigía yo entonces en Valencia El Pueblo, un periódico de combate... Y tenía razón, porque quiza fuera El Pueblo, junto con El País, el periódico más hostil al régimen y, por ello, el más vapuleado.

La batalla de la Prensa era sumamente estrafalaria, igual pero a la vez diferente de la que se libra ahora: igual por el condicionante de la presión política, sin embargo diferente porque entonces era impensable la concentración de medios que se da en la actualidad... Recuerdo que, en cierta ocasión, don Víctor Márquez Reviriego, en el claustro de nuestra Universidad, calle de La Nave, cuando le pregunté si la Prensa era el brazo armado de los partidos, me dijo: Hay quien la llama el brazo secular...

Es decir, si hoy en día los periódicos que todos conocemos se agrupan en pro o en contra de uno de los dos partidos de turno (como entonces pero respaldados por emisoras de radio y televisión), en aquellos tiempos la mayor parte de los diarios lo eran, sin disimulo alguno, de partido (El Nacional, El Correo, El Globo, El Tiempo, La Publicidad, Los Debates, El Resumen), y sin preocupación crematística derivada de su venta: se publicaban con el sólo objetivo de fusilar al adversario . Y al hilo de este “armamento”, con matiz conservador, estaba El Fusil, que era lenguaraz en extremo, con una cabecera que decía:

Yo tiro sin compasión,
yo no admito subvención,
ni me caso ni me vendo;
de retóricas no entiendo
y al ladrón llamo ladrón

Vicente Blasco Ibáñez, al margen de otros muchos encarcelamientos (los redactores de El Pueblo tenían cada uno una colchoneta para ir a dormir a la cárcel cuando se terciara), en ese otoño precursor de la claudicación en París ante la nueva potencia colonial, se vio envuelto (en paralelo con el director de El Nacional, Adolfo Suárez de Figueroa, que había publicado un artículo titulado El reino de Sarasa, en el que denunciaba negocios sucios -juego y tolerancia- por parte del Gobernador civil de Cádiz, Pascual Ribot, pariente del Ministro de Fomento, Germán Gamazo) en un conflicto que tambaleó las relaciones entre el Ejército y el Poder político. El ministro Gamazo, a resultas del mencionado artículo de El Nacional, culpó a Sagasta de complicidad. El denunciado Ribot pidió derecho de réplica, el director se lo dio, pero la autoridad militar censuró la contraréplica de éste; mas él, amparándose en su condición de diputado a Cortes, como Blasco, sacó una edición especial donde dio cuenta de todo lo acaecido, mostrando el proceder del general Chinchilla, que, ofendido, dimitió.

Blasco, que como digo se encontraba en plena lid con el Ayuntamiento por culpa del suministro de gas, publicó un suplemento que reproducía el que, a propósito del gas, le había censurado la autoridad militar, al tiempo que arremtía contra el general Moltó, capitán general de la región, que dispuso su detención.

Ambos altercados dieron lugar a una sesión del Congreso que terminó sin acuerdo. Tampoco el Tribunal Supremo emitió un dictámen claro, pues propuso que la interpretación de los artículos 46 y 47 de la Constitución se sometiera a la decisión del Parlamento. En este clima arisco entre los políticos, la Prensa y el estamento militar se debatían los pormenores de la Conferencia de Paz de París.

Pero este tipo de incidentes eran moneda de curso legal, como he dicho antes, para el equipo de redacción de El Pueblo. Blasco inició el hostigamiento de la política gubernamental con Cuba el 20 de julio de 1895. Ese día publicó En pleno absolutismo y empezó a dar testimonio del larvamiento del Desastre . Hasta 1904, así, escogidos al azar, unos entre muchos más, sólo por los títulos pueden los lectores imaginarse quién era el que con más fuerza clamaba contra la injusticia, contra la oligarquía y contra el sistema putrefacto de la Restauración. ¿Hay o no hay aquí “dolor de España”, larrismo y regeneracionismo? Juzguen por ustedes mismos:



En plena corrupción - Todo se arreglará - Sagasta, decadente - Indiferencia nacional - Sagasta, al agua - En plena decadencia - Indiferencia lamentable - El escándalo del empréstito - La farsa parlamentaria - El ángel malo de Sagasta - Pergaminos de estafa - Inmoralidad - Hasta la vergüenza - Hambre nacional - Gato encerrado - No pagarán - Jueces y caciques - Lo de la marina - Lo de Cuba - El rebaño gris - Degradación - Filipinas en peligro - !El hambre! - Mentiras electorales - El espantajo - Háblese claro - !Cuánta asquerosidad! - Lo de siempre - Arreglos y componendas - Cinismo - Tiempo perdido - Justicia para todos - Explotación infame - ¿A quién sirve lo de Cuba? - Que salga un hombre - En pleno desbarajuste - Charlatanería - Ladrones de levita - La sopa ministerial - La mayoría insubordinada - La guerra de Cuba - No es ése el camino - Decirlo todo - Sermones bélicos - El pueblo no quiere la guerra - La felonía de los Estados Unidos - !Oh, qué buen país! - Imbecilidad - !Cobardes! - La verdad desnuda - Política colonial - Los héroes anónimos - La libertad de la ciencia - Junta de rabadanes - No callaremos - Lo que se necesita - Libertad de cátedra - Aquí no ha pasado nada - Negro porvenir - Aún hay esperanzas - Basura aristocrática - Los acorazados españoles - Ayer, hoy y mañana - Los tiranos del dinero - Que vayan todos - Carne de pobres - El embarque de ayer - Filibusteros - Hipócritas - La tempestad se aproxima - Filipinas y los frailes - La reacción - Sin dinero - Manos sucias - Los patriotas de Cuba - Nuestros militares - La sociedad y el verdugo - El patriotismo de los capitalistas - Muertos de hambre - El eterno pagano - Más hombres - Tristezas - El mensaje de Cleveland y la cuestión cubana - !Buen fin de siglo! - Barbarie patriotera - !Arriba los corazones! - La guerra comienza - Corrupción y afeminamiento - Horizonte negro - Esto se acaba - Ladrones y gente honrada - Guerra imposible - Nuestros muertos - Los carlistas y Weiler - La ruina nacional .

Y enviados desde Madrid a la redacción de El Pueblo:

El sofista Silvela - La soledad de España - La nación se divierte - Ante el cadáver de Cánovas - Las dos Españas - La comedia de la Restauración - España deshonrada - Las cornadas del hambre y... En las puertas de Europa .

Blasco, por lo demás, no sólo ejerció el periodismo en Valencia, sino que colaboró en otros muchos medios, como veremos más adelante. La barraca fue publicada por entregas en El Liberal, de Madrid, donde obtuvo un éxito sin precedentes.

En resumen, ha sido, a mi entender, ominiosamente irrelevante para la crítica, hasta
la fecha, la producción periodística de Vicente Blasco Ibáñez en aras a su inclusión el la Generación del 98. Pero yo me pregunto: ¿el grueso de la producción hispanista de Ramiro de Maeztu, redactor de La Correspondencia de España, no es acaso periodística? ¿Y qué decir de la de Azorín, ora en El Globo, ora en el ABC? Incluso si parangón indiscutuble es para los del 98 la obra de Larra, no es ésta por antonomasia literatura periodística? ¿Por qué ni tan siquiera se comentan los artículos de Blasco Ibáñez y, al contrario, en todas partes nos presentan, como aperitivo noventayochista, el artículo de Francisco Silvela España sin pulso ?


...Que hagan lo que quieran, pero quienes estén abiertos a la verdad desnuda puede comprobar, cómo, en el año maldito, Blasco ya lo tiene todo escrito, prácticamente todo. Y titula, como haríamos ahora, en los finales de este 1998 su primer artículo de forma un tanto fría, segura y contabilizadora: El año que se va y el que viene, y además añade otro extremadamente siginificativo, al que me adhiero: El hombre aislado es el más fuerte, el cual paréceme como muy en consonancia con los predicados de Nietzsche, filósofo del superhombre al que se ayuntaron la mayor parte de los integrantes del 98 . Tan es así, que no está del todo clara la figura del guía de la Generación, para unos es Larra y, para otros, el susodicho Nietzche. Y nos va a resultar, quizá muy curioso, comprobar cómo, según mi particular intuición, Blasco, que fue ante todo aliadófilo y proclive a la cultura francesa, en cambio, mediante la música, demuestra una especial sensiblidad por el romanticismo alemán; es decir, por Bethoven y, en especial por Wagner, amigo entrañable de Nietzsche; tal vez porque en el fondo nadie es sólo una cosa al cien por cien, salvo artista, claro.

Aún añadirá Blasco artículos que nos hablan bien a las claras de su oposición frontal a lo establecido, al sonsonete repetitivo, al turno de los dos grandes partidos, al Desastre de Cuba... Vean:

Ya está el pastel - Comamos y riamos (ya citado) - La paz deshonrosa - Patrioterismo monárquico - A eso..., silvelistas - Caídos en el fango - La traición de las alturas - La patria de luto, a los españoles - La responsabilidad de los jefes - Las declaraciones de Weiler - Silencio nacional - La frescura de Silvela - Cargamento de esqueletos - Caridad de fariseos - Aislamiento y ruina y !A morirse! !A morirse !

En 1903 arremete otra vez contra Silvela (El renacer de Silvela) y lo vuelve a hacer en 1904 con Silvela antiespañol .

* * *

Ahora, si me permiten, vamos a reflexionar sobre unos aspectos que me parecen importantísimos. Y son los siguientes: Cuando Blasco escribe un artículo tal como La mayoría insubordinada, ¿no les parece a los lectores que se está adelantando a la formulación ensayística del neokantismo de Ortega y Gasset, es decir, al neokantismo que plasmó en La rebelión de las masas? ¿Y no encuentran también una extraña similitud entre el fatum blasquista de Consumatum est con la afirmación orteguiana Delenda est Monarchia ?

Por otra parte, y esto ya fuera de la hipótesis y sí dentro de la absoluta certeza, ¿qué me dicen ustedes de dos artículos como Libertad de cátedra y La libertad de la ciencia?, ¿acaso no concuerdan con toda la problemática inicial de la Institución Libre de Enseñanza, cuando el marqués de Orovio represalia a Julián Sanz del Río, Fernando de Castro y Nicolás Salmerón?

¿Por qué si la Institución Libre de Enseñanza, que entra de lleno en el reconocido prestigio, ya pretérito, de esperar la regeneración de España por vía de la educación, queda en los registros históricos mucho mejor parada que la Universidad Popular que formó don Vicente Blasco Ibáñez, la que impartía sus clases en el Centro Republicano de la calle Libreros ? ¿Por qué, si la ILE fue mucho más elitista...? ¿Por qué, si a la Universidad de Blasco asistían mayoritariamente obreros de alpargata...? ¿Quieren que les diga mi particular explicación...? Porque la Universidad Popular estaba en Valencia y no en Madrid. Así de sencillo.

Con todo, la identidad de preocupación política de Blasco con la ILE y con los otros regeneracionistas queda evidenciada por el hecho de que invitara a la sesión inaugural de la Universidad Popular a Joaquín Costa, que declinó el ofrecimiento alegando motivos de salud, pero que, eso sí, le mandó una efectuosas carta en la que le decía: Felicito a usted por sus inicitivas pedagógicas, encarnadas en la Universidad Popular. Eso es hacer patria. Ojalá prospere y cunda rápidamente el ejemplo .

En lugar de Joaquín Costa acudió don Gumersindo de Azcárate, otro prohombre de la Institución, que pronunció el discurso Neutralidad de la Ciencia, quedando inaugurada la Universidad el 8 de febrero de 1903, dándose los días siguientes conferencias de tan curioso título como La química y la cuestión social, que siempre me he preguntado qué tendrán que ver la una con la otra, o La muerte, que impartió don Jesús Bertrina Capella .

* * *

Otro de los aspectos más silenciados por los tratadistas de la Generación del 98 quizá sea el de las colaboraciones de Vicente Blasco Ibáñez en las revistas que se alzaban contra la situación política y cultural (Revista contemporánea, que era portavocera de la Institución Libre de Enseñanza; Germinal , dirgida por Joaquín Dicenta y Nicolás Salmerón; Vida Nueva , que contó entre sus colaboradores con Vicente Blasco Ibáñez, Rodrigo Soriano, Felipe -Trigo, Ángel Ganivet, Alberto Macías Picavea, Pablo Iglesias, Juan Ramón Jiménez y José Ortega y Gasset; La España Moderna, muy influenciada por doña Emilia Pardo Bazán; La Vida Literaria (órgano del modernismo); Revista Nueva, Electra, de resonancias galdosianas, que dirigida por Villaespesa, Valle y Maeztu, contó también entre sus colaboradores con Vicente Blasco Ibáñez, los Machado, Jacinto Benavente y Silverio Lanza ; y Juventud, regeneracionista que, publicando doce números, dio pábulo a Joaquín Costa y Rafael Altamira), entre ellas Alma Española, paradigmática del noventayochismo. En Alma Española publicó Pérez Galdós el artículo de presentación: Soñemos, alma, soñemos , y en Alma Española, Vicente Blasco Ibáñez compartió espacio con Francisco Silvela, Nicolás Salmerón, Joaquín Costa, Santiago Ramón y Cajal, Leonardo Torres Quevedo y la condesa de Pardo Bazán. En Alma Española se aunaron todas las almas regionales:


José María Pereda: Alma montañesa
Joan Maragall: Alma catalana
E. Pardo Bazán: Alma gallega
Antonio Royo: Alma aragonesa
M. de Unamuno: Alma vasca
M. de los Santos: Alma mallorquina
Santiago Alba: Alma castellana
José Nogales: Alma andaluza
Francisco Acebal: Alma asturiana
V. B. Ibáñez: Alma valenciana
Manuel Feliú: Alma riojana
R. de Acuña: Alma granadina
V. Medina: Alma murciana

* * *

Hemos comprobado, y constatado, pues, afirmativamente, en Blasco varios aspectos de lo que podríamos denominar “noventayochismo en vivo” o “regeneracionismo prenoventayochista”: contundencia crítica ante el fenómeno de la corrupción (y no sólo contra las instituciones administrativas, pues cuenta José María Meliá, Pigmalión, que, en determinado hecho, en determinadas irregularidades financieras acaecidas en el seno del partido republicano, la decisión de Blasco fue tajante: los ladrones, a la calle. Los tramposos fueron expulsados del partido sin contemplaciones. ¿Les recuerda a ustedes esto algo? ¿No lo han echado en falta estos últimos años...?), ante el caciquismo inherente a la alternancia entre conservadores y liberales, percepción de una cierta posibilidad de modernización del país mediante la enseñanza, preocupación por el atraso secular... En resumen, digamos que materializa todos los tipos ideales y psicológicos que la doctrina requiere para ser incluido en esa élite españolista. Aún descubriremos en él más afinidades.

En otro estadio de este apartado que hemos dedicado al periodismo, debemos añadir que tan apenas nos llegan noticias de cómo fue la guerra en Cuba, de cómo operaba el general Valeriano Weiler, conocido en EEUU como el Carnicero. Corría el rumor por Norteamérica de que los soldados españoles desorejaban a los prisioneros cubanos. Y, cabe sospechar que, en muchos aspectos, se difamaría por mor de los intereses de la prensa sensacionalista de William Randolph Hearst (Ciudadano Kane), Joseph Pulitzer y Gordon Benett Jr. , pero como botón de muestra sirva la anécdota del hombre que se presentó en la redacción de El pueblo, un excombatiente de Cuba que relató cómo, en pleno régimen de concentraciones, dictado por Weiler, y siguiendo sus órdenes, estando de centinela, detuvo a una cubana que le llevaba a su marido, encerrado en el campo que custodiaba, una bolsa de comida. Dijo este tipo que la maniató, le levantó las trenzas y... le pegó un tiro en la nuca . Estos eran los métodos de un militar mallorquín que tuvo que ser apartado del mando por Sagasta. Tal era la política y tales sus consecuencias...


Incluso, a decir verdad, en el desgraciado asunto del hundimiento del crucero Maine, yo, particularmente, otorgo verosimilitud al informe norteamericano. No parece descabellado, como sabotaje, que hiciera explosión, precisamente, junto a la santabárbara del buque, un barril, teóricamente de vino, que había sido descargado a bordo como parte del abastecimiento de víveres .

Allí, en la guerra, me refiero, se derrochó heroísmo por parte de los soldados españoles. Allí las grandes gestas del general Linares, del almirante Cervera, del general Vara del Rey, pero allí, sin lugar a dudas, se debieron cometer grandes tropelías. Allí, años antes, cuando los tiempos de la Primera República, otro valenciano, Sorní, Ministro de Ultramar, como recientemente ha publicado Vicente Gil , abolió formalmente la esclavitud.

Al pairo de lo dicho, y siguiendo el artículo de don Arcadio Díaz Quíñones (profesor de la Universidad de Princenton) titualado El 98: la guerra simbólica, publicado en la revista Quimera , la guerra de Cuba no escapa a la visión marxista o materialista de la Historia: en esa guerra había intereses complejos, tanto por parte norteamericana como española, pues, por ejemplo, ya en 1894 las inversiones norteamericanas en la isla ascendían a 50 millones de dólares y el 90% de la producción azucarera cubana tenía como desstino los EEUU; por parrte española, la Compañía Trasatlántica de Barcelona transportó en sus buques más de 200.000 soldados.

Fue esta guerra, siguiendo el artículo del profesor mencionado, la primera en que se utilizó profusamente la imagen; es decir, la fotografía de prensa y el documental, fue digamos, lo iniciático de la manera propagándistica de la guerra americana, como recientemente hemos visto en la del Golfo, produciéndose en ella no una mera exaltación patriótica de la opinión pública , sino una manipulación de ésta al servicio de un complejo entramando mediático, industrial, comercial y liberal que justificaba la intervención desde una supuesta superioridad ética. Como apunta don Arcadio, no por casualidad el presidente McKinley nombró a Whitelaw Reid, editor del New Yorrk Tribune, miembro de la comsión americana que negoció, o impuso, la paz en las negociaciones de París. De entre los escritores norteamericanos hay que citar la actitud opuesta al conflicto, por entender que con él lo único que se lograba era sustituir un imperialismo por otro, de Mark Twain . Dios se lo pague.

BLASCO, RUBÉN DARÍO, EL MODERNISMO...

Se tiende a oponer al modernismo el noventayochismo. Se tiende a enfrentar el deleite sensorial de la forma con la adustez de la prosa descriptiva del paisaje castellano o con la sordidez famélica del Madrid barriobajero, pero se margina con este proceder la denuncia que hace el modernismo de la nueva situación creada con la derrota militar de España (y por ende, de la Hispanidad). Esto, sobre todo en el caso de Rubén Darío, es casi tan grave como en el olvido doloso que se hace de don Vicente Blasco Ibáñez.

Rubén Darío es (fue) un modernista, borracho, putañero y gran poeta que clama por José Martí, alienta la independencia de Cuba y “valora” -valga la redundancia- el valor cultural de la “Hispanidad” frente al luteranismo y capitalismo yankees. Por eso escribe en Los raros:

!Oh, Cuba! Eres muy bella, ciertamente, y hacen gloriosa obra los hijos que luchan porque te quieren libre; y bien hace el español en no dar paz a la mano por temor a perderte. Cuba admirable y rica y cien veces bendecida por mi lengua; mas la sangre de Martí no te pertenecía; pertenecía a toda una raza, a todo un continente; pertenecía a toda una briosa juventud que pierde en él quizá al primero de sus maestros; pertenecía al porvenir .

Pero no sólo es Darío quien adopta esta postura, sino también el uruguayo José Enrique Rodó y el mejicano Vasconcelos . Estos hombres, y otros más, son los que formaron la llamada, e ignorada, Generación Hispanoamericana del 98. Importantísimas resultan en esta cuita, las palabras de Darío en El triunfo de Calibán o en El crepúsculo de España, escritas al hilo de los acontecimientos, como los artículos de don Vicente. Escribe Rubén, preguntándose y respondiéndose...:

¿Y usted no ha atacado siempre a España?” Jamás. España no es el fanático curial, ni el pedantón, ni el dómine infeliz, desdeñoso de la América que no conoce; la España que yo defiendo se llama Hidalguía, Ideal, Nobleza; se llama Cervantes (¿recuerdan ustedes lo del Quijote?), Quevedo, Góngora, Gracián, Velázquez (Velázquez es fundamental para comprender a Blasco Ibáñez); se llama El Cid, Loyola (y también Loyola), Isabel; se llama La Hija de Roma, La Hermana de Francia, La Madre de América ...

¿Cabe, asimismo, mayor “noventayoschismo” en esta cita doliente de El crepúsculo de España?:

Duro ha sido el caso. Todavía en París, la petulancia odiosa del yankee se ejerce, a la mirada de los pueblos, en hacer notar la imposición de sus mandíbulas. Es la hora del crepúsculo. Quienes caen en la desolación, mirando a su patria como perdida para siempre; quienes buscan remedio, de alguna manera, para tantos males; quienes claman: !vida nueva! Nos llegan todas sus voces.

La doctrina literaria centralista arrincona a Rubén, agrega a Valle-Inclán -que no deja de ser un modernista evolucionado y genial, ajeno al paisaje castellano- a la plantilla de la Generación y silencia, si no absolutamente, casi, a figuras como Joan Maragall, amigo y polemista de Unamuno. Por lo que Maragall atesora de mediterráneo, como Blasco (El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar, escribiría Gironella) y por entender que, a la postre, la solución mediterránea de España va a coincidir, quizá por republicana, con la de don Manuel Azaña, incluiré a continuación un apartado donde tratar este tema.

CASTILLA, ARAGÓN, CATALUÑA, VALENCIA, EL MEDITERRÁNEO, EUROPA Y BLASCO IBÁÑEZ...

En un prólogo a La Busca, don Julio Caro Baroja dice que Blasco Ibáñez se inspiró en esta obra para escribir La Horda. Yo, no lo sé..., puede ser o no ser cierto, pero lo indiscutiblemente cierto es que nuestro hombre sacaba una novela de cualquier sitio por el que pasaba. Las dos, a mi juicio, son buenas. El estilo de Baroja puede que sea más sencillo, más natural... Yo, de siempre, he encontrado un paralelismo entre el escritor vasco y el valenciano, una casi idéntica visión de la desgracia existencial del hombre. Paradójico me ha resultado, al indagar en un diccionario literario La Horda de don Vicente que ésta estuviese ilustrada con una pintura de Gutiérrez Solana, arquetipo, junto con Zuloaga, del pintor del 98. Lo cual, no hace más que confirmar mi tesis. Empero, uniendo a los dos escritores pasiones por el anarquismo (el héroe noventayochista es, esencialmente, anarquista), repudios del clero montaraz y acusaciones de pertenencia a la burguesía, se dan matices federalistas en La Horda que vienen a demostrar la más amplia y mediterránea concepción de Blasco sobre “el problema” de España. Demostrable con la siguiente cita:

El día en que el Estado de Castilla sea autónomo, se acabará este escándalo. En las orillas del Manzanares haremos unas huertas que me río yo de las de Valencia y Murcia. Echaremos abajo la arboleda para que los correligionarios del cuarto estado se calienten en invierno, le meteremos el arado a la tierra para que críe trigo, y ¡viva el pan barato!... ¡Catorce leguas para divertirse un hombre cuando el cuarto estado no tiene más que siete pies de tierra en el cementerio!... Pero ¡si esto es casi tan grande como una de las provincias del sistema unitario!

Esta “voluntad de solución” es la que, bajo mi punto de vista, diferencia a Blasco y los mediterráneos de los castellanizantes (unos castellanizantes que, lo que son las cosas, son periféricos (Unamuno, Baroja, Maeztu, vascos), (Machado, andaluz), (Azorín, alicantino), (Valle-Inclán, gallego). Hay una manifiesta incapacidad, rayana (dígolo con todo respeto, pero también con firmeza) a la esquizofrenia, para entender la diversidad, no ya de España, sino de Iberia, que tiene incluso más entidad histórica.

Un tratadista que arroja luz sobre el asunto, como es Guillermo Díaz Plaja, lo hace únicamente sobre Maragall, pero, aunque dice comprender a Vicente Blasco Ibáñez, no lo incluye en la diálectica noventayochista, y, de él, en un artículo titulado Blasco Ibáñez con su fondo mediterráneo . dice:

Blasco Ibáñez tiene -¿para qué negarlo?- especie de mala suerte histórica. Su utilización de la lengua castellana lo sitúa al margen del movimiento cultural valencianista -al que, iniciado por Lo Rat Penat, por cierto estuvo adscrito en su mocedad-. Por otra parte, su producción general, sus modos estéticos la distanciaron de los grandes movimientos culturales de la literatura española de su tiempo: el del Noventa y Ocho y el del Modernismo. El primero, por su mitificación de Castilla, llevado a cabo, principalmente, por un vasco (Unamuno) un andaluz (A. Machado) y un alicantino (Azorín). El segundo por su esteticismo refinado y decadententista, por su alambicamiento de la realidad.
En contraste con todo ello, Blasco era un fuerte creador abscrito al mundo mediterráneo, poderosamente vital, creador impulsivo de trazos enérgicos. Pero existía también otro factor de distanciamiento: el vitalismo de Blasco, su modo directo y eficaz le procuró un público masivo, en España y fuera de España. Y hoy podemos ya decir que los escritores de las dos tendencias mencionadas arriba tenían muy escasos lectores, lo que explicaría el desdén -fabricado de silencio y marginaciones- con que distinguían al impetuso narrador valenciano, figura mitológicamente instalada en la lista de los best seller de Europa y los Estados Unidos.


Es decir, Blasco sufre una doble discriminación: por una parte la propia de un centralismo miope y, por otra, la de sus, en teoría, compañeros meditérraneos. Si tomamos como ejemplo corolario de lo dicho por Díaz Plaja la actitud de intelectuales valencianos como Joan Fuster, cuando éste toma interés por la correspondencia entre Unamuno y Maragall (Maragall y Unamuno, frente a frente), vemos que el escritor de Sueca, se muestra como un gran conocedor de toda la problemática del 98 , viniendo a establecer como tesis cierta incompatibilidad de los castellanos con todo lo que queda fuera de la tragedia. La tesis es discutible, como casi todas, porque ya he dicho, y es palmario, que los mandamases del 98 no son castellanos sino castellanizantes. Pero lo que no admite discusión es que dejan fuera del tiesto la obra de Blasco. Más tarde diré por qué.

La comprensión de Castilla y de España por Maragall y Josep Pla (aunque Pla quede cronolágicamente fuera del 98) es evidentísima:

1.- Sola, sola en mig dels camps,
terra endins ampla es Castella.
I está trista, que sols ella
no pot veure els mars llunyans.
Parleu-li del mar, germans .

2.- España... ha de viure als quatre vents dels mars que la volten; ha de viure en la llibertat dels seus pobles; cadascú lliure en si, traient al terrer propi per refer tots junts una Espanya viva, gobernant-se lliurement per si matixa. Aixi ha de viure Espanya. Visca Espanya.


3.- El paisatje castellá no és pas brillant, però això no vol dir que sigui límpid i transparent. Es un paisatje desembenat, esquelètic, de color desmai. No hi ha pas colors purs. A tot arreu cueja una pinzellada de gris. Aquest gris no és pas pastòs, espès; es un gris prim, d´una sola lámina, un gris clar, sec, dur, mineral. Es un paisatje fi, delicadíssim .

Es, quizá éste el momento de mostrar, cómo, también Blasco, en castellano, desde su personalidad valenciano-aragonesa, somatiza la tristeza y pesimismo de las tierras de Castilla. En realidad, la influencia del paisaje en la literatura ya la había estudiado en Rousseau, Balzac y Emilio Zola. Blasco es un profundo paisajista. Al referirse a los alrededores de Ávila, cuando habla de Teresa de Jesús, a la que considera un modelo de feminismo adelantado, y no una histérica, como Azorín, que pronto se verá, en una de sus conferencias en Argentina, dice:

Álzase Ávila en una llanura ligeramente ondulada, inmensa, como la Pampa argentina, océano de tierra que se besa en el océano del cielo en amplios horizontes, sin que la línea oscura de una colina o de una arboleda oculten esa conjunción grandiosa.

Y añade:

Las llanuras inmediatas a Ávila presentan otra particularidad: están sembradas de masas de basalto negro, como esos bloques de las pirámides egipcias, que nadie creería obra de la Naturaleza. Diríase al verlas que una familia de gigantes se ha entretenido en apedrearse con riscos. En su amontonamiento informe, semejan dragones espantosos, seres prehistóricos, rostros que asustan al caminante con mueca espantosa .

Pues bien, si comparamos el primer párrafo, el más melancólico, el del cielo y la “tierra oceánica”, con el poema de Unamuno, veremos que la tristeza es esencialmente la misma, juzguen los lectores:

Tú me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo.



Y si comparamos el segundo, el más duro, amenazante y belicoso con el de Antonio Machado, constararemos que también el amedrentamiento es el mismo. Vean:

El numen de estos campos es sanguinario y fiero;
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estas tierras el bíblico jardín-;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín...


Se evidencia, pues, a las claras, que el centralismo quimérico impidió a los hombres de la costa mediterránea participar en una, casi estoy por decir, proyección de España “en lo universal”. Ahora se está pagando el precio de esa incomprensión. Unamuno quería y admiraba a Maragall, pero en los momentos claves, no se resignaba a aceptar la estética del Mare Nostrum y tildaba a los catalanes de infantilistas.

Vicente Blasco Ibáñez, que empezó escribiendo cuentos en valenciano, sufre, en estas calendas, una doble, o triple, discriminación. Los del 98, pobres de lectores, le ningunearon; los catalanes no le aceptan o aceptaron porque escribía en castellano, y los valencianos que escriben en catalán lo tildan de traidor. Veamos qué opina de él Manuel Sanchis Guarner y luego apostillaremos lo que sea necesario:

Els afanys reformistes de la burguesia valenciana havien estat afollats en les revoltes del 1869 i 1873 -Constantí Llombart fou combatent i cronista de l´aldarull cantonal-, però la menestralia, la petita burguesía i un sector de la intel-lectualitat, no cedien gens en la seua actitud revolucionària. Blasco Ibáñez (1867-1928), deixeble de Constantí Llombart però que no s´entengué mai amb Llorente, fou un veritable cronista de l´agitada València de l´època de la Restauració, pero les seues novel-les naturalistes valencianes -que conserven hui encara tota la frescor- les escrigué en castellá, tot i que el seu públic lector parlava sempre valencià, igual que els seus personatges. Probablement la Renaixença s´hauria consolidat a València si Blasco, que exercia una inmensa influència sobre la massa hagués escrit en vernacle. Però ja ha estat dit que els ratpenatistes no havien conreat la prosa literària, i Blasco no tenía capacitat ni vocació per crear-la. Blasco, fill d´aragonesos, típic burgués d´agitació, prfessava un federalisme abstracte a la manera de Pi i Margall, no tenia les aficions erudites de Llombart, i com que es desentengué dels catalanistes de Barcelona puix que els considerava reaccionaris, no se n´adonà dels seus guanys idiomàtics i literaris .

* * *

Me gustaría que les planteasen a los equipos de dirección de los dos periódicos mayoritarios en Valencia la posibilidad de publicar íntegramente en valenciano. Seguro estoy de que, aunque quisieran, razones mercantiles juzgarían el proyecto como descabellado. Por la sencilla razón de que esta Comunidad es bilingüe y, aunque la mayoría hable vernácula, no domina la lengua ortodoxa, gramaticalmente. Si la realidad, hoy en día, es la que es, al cabo de dos décadas de enseñanza normalizada en los colegios, ¿cuál sería la de finales del siglo pasado y principios del presente, que ya agoniza? ¿Acaso no es una triste realidad histórica que en aquel entonces había un altísimo tanto por cien de analfabetismo en castellano y un superaltísimo en valenciano? ¿Cuántos lectores hubiera tenido don Vicente de persistir en en idioma local...? Que Teodoro Llorente y los demás lo hicieran no parece temerario cuando se tiene en cuenta que lo que se perseguía era proyectar la obra en un reducido número de intelectuales, pero harina de otro costal era dirigirse a la bendita masa y, no digamos ya, hacerse un hueco en el periodismo. Por esta razón considero maniquea la acusación que en este punto se le hace a Vicente Blasco Ibáñez.

En paralelo, no parece un disparate que Blasco considerara reaccionarios los movimientos culturales que, en forma de aplecs y Jocs Florals se realizaban en Barcelona, dado que era la más burguesa de las burguesías quien los alentaba. En

Valencia no hubieran prosperado, porque, siguiendo la opinión de Américo Castro, en Cataluña tan apenas se da el mozarabismo y Valencia es mozárabe todavía en estos tiempos que corren.

Otra razón de peso, en orden al uso del idioma castellano en su producción literaria, es la de que el federalismo pimargalliano de Blasco no podía dejar en el olvido a la tierra aragonesa, de tal guisa que es en él una constante comprender el duelo de España a partir de la reivindicación de la vieja confederación catalano-aragonesa. Y de ella da gran prueba en su novela El Papa del Mar, cuando relata la maquinación de san Vicente Ferrer en pro de la unificación de España, juzgando apriorísticamente como separatista al conde de Urgel .

Estas cuestiones, que perdurarán como esenciales en el republicanismo valenciano, serán recogidas, a modo de reproche, por Luis Aguiló Lucía cuando habló del PURA (Partido Unión Republicana Autonomista) en el VIII Coloquio de Pau, dirigido por Manuel Tuñón de Lara . Yo -nosotros- creo que Blasco -sin que esto suponga en absoluto desdén para Cataluña y su idioma- tenía razón, porque logró proyectarse y proyectarnos nacional e internacionalmente. Sin embarggo, no resulta en modo alguno equivocado traducir sus obras al valenciano, dado que su utilización aumenta y parece lógico que los peronajes valencianos hablen en valenciano.

* * *

Uno de los dilemas que plantearon los regeneraciocinistas y noventayochistas con mayor énfasis era qué hacer, si europeizar España o españolizar Europa. A mí me parece un perfecta estulticia, por más que fuera motivo de angustia para Unamuno. Me parece un dilema estúpido porque España es Europa y, a la par, tampoco supone Europa una garantía ética superior. En resumen: donde esté la Santa Inquisición está, con mayor sangre, el nazismo, que fue un proyecto de unión europea, y donde esté el !Vivan las caenas! están los Cien mil Hijos de San Luis; independientemente de que España hubiese quedado retrasada en cuanto a la revolución burguesa y maquinista.

Pero es evidente que el progreso científico estaba -y está- en Europa. Ángel Ganivet, no muy acertadamente, dijo:

En España sólo hay dos soluciones racionales para lo por venir: someternos en absoluto a la vida europea, o retirarnos en absoluto también y trabajar para que se forme en nuestro suelo una concepción original, capaz de sostener la lucha contra las ideas corrientes ...

Contra las “ideas corrientes”, fíjense ustedes. Y fíjense en lo que dice Blasco en conferencia pronunciada en Argentina, cuando habla de La Madre Patria ante el futuro: En España -dice- no hay ni pesimismo absoluto ni optimismo absoluto .Y parece tener razón, porque el día en que se conoció en Madrid la derrota en Cuba, el pueblo se fue de todas las maneras a los toros y por las noches, en los tugurios y antrillos, seguía divirtiéndose al ritmo del pachá-bum, bum... Y se da la paradoja, señoras y señores, que mientras don Miguel de Unamuno lanzaba el exabrupto de !Que inventen ellos!, por esos tiempos, un inventor español llamado Torres Quevedo, por inventar, hasta fue capaz de inventar un armatoste que jugaba al ajedrez. En resumidas cuentas, es lo que León Roca dice en su libro Blasco Ibáñez, política y periodismo: Blasco se diferencia únicamente de los otros del 98 en que aporta soluciones, ideas, acción, y no permanece en continua autoflagelación. Diríase que hace suyo el proverbio turco que nombra en su novela Oriente: Si los oficios se aprendieran sólo mirando, todos los perros serían carniceros.

No obstante, los paralelismos, indiscutiblemente, se dan, incluso en sus formas más zoológicas y graciosas, pues, mientras el infatigable creador Pío Cid, de Ángel Ganivet trata de “desasnar” a unos estudiantes , Blasco, haciéndose eco del programa político municipal de Fusión Republicana, el 6 de noviembre de 1901, publica en El Pueblo:

Catorce o dieciséis mil duros (no recuerdo bien) gasta anualmente el Ayuntamiento en alquiler de un sinnúmero de escuelas de las que no salen más que burros, como se ha demostrado en muchos concursos escolares .

* * *

Como les decía, y se demuestra en el afán por la educación de la ciudadanía, a don Vicente Blasco Ibáñez, también le “duele” España, pero en clave europea. Cuando estalla en Francia el caso Dreyfus, una asunto de espionaje militar de fondo racista y antisemita, abre inmendiatamente una suscripción en El Pueblo y recoge sesenta mil y pico de firmas en apoyo de Emilio Zola, que ya había publicado en La Aurora su

famoso artículo Yo acuso. Llegan cartas de modestos lectores, de gente sencilla, que le dicen al escritor francés: Don Emilio, véngase usted para Valencia y deje a esos desagradecidos...

Blasco visita a Zola, le cuenta sus presidios, y... cuando se despide, le besa la mano. Él, el paladín de la libertad, del republicanismo, de la rebeldía, besa la mano del maestro y publica, en el 1898 de nuestra maldición, su paradigmático artículo Si Zola fuese español...:

La gente culta que lee y se entera de lo que pasa más allá de los Pirineos, enormes bardas que encierra y aíslan España, como si ésta fuese el corral de Europa, repite con acento de envidia, deseando para nuestro país un gran carácter: “!Si Zola fuese español!
Zola, con todo su genio, sería en Madrid un ilustre desconocido. Tal vez como supremo mérito alcanzaría un acta de diputado cunero como la que Sagasta regaló a Pérez Galdós, pero no recogería otros testimonios de admiración que los de unos cuantos amigos en el Ateneo o en alguna tertulia de café.
El mal es antiguo... Para creer de veras en Cervantes y Calderón hemos necesitado que siglos después nos dijeran los de fuera de casa que Don Quijote y La vida es sueño eran obras inmortales. Nosotros, aunque fingíamos creerlo, no estábamos muy seguros.
Falta aquí un ambiente para que el talento se desarrolle. En un país donde dos terceras partes no saben leer, donde las obras renombradas sólo alcanzan cuatro mil lectores, y como consecuencia de esto no hay crítica, ni la prensa dedica media columna a los acontecimientos literarios, ¿qué estímulo podría haber encontrado un escritor como Zola? ¿Cómo hubieran podido excitarse en medio de la aplastante indiferencia sus facultades de indomable luchador?
Aquí leer novelas es indicio de cabeza ligera, de escasa formalidad... ¿Los novelistas? Unos embusteros tan ridículos como los poetas, gente que no tiene qué perder, que no le gusta el trabajo y vive enristrando mentiras.
En España no hay individuo que no sepa contestar quién es Lagartijo, o Frascuelo, o el Guerra. Son nuestros genios nacionales, los únicos talentos que pueden desarrollarse en este clima, y arraigan en lo más profundo de nuestro suelo.
Si Zola hubiera publicado aquí Naná, la Asociación de Padres de Familia habría pedido para él la cárcel, por corruptor de las costumbres... En París hay gente que calla, admirando su actitud y hasta los enemigos se muestran impresionados por su aislamiento y firmeza de roca.
¡Si Zola fuese español!... No, mejor se halla siendo francés... Si hubiera nacido en España, viendo cerrado el camino de la gloria por la indiferencia, gastado y limado por el roce con la estupidez general, cansado de dar toda su luz en derredor sin recibirla de nadie, extenuado por el ambiente y apagado en la noche eterna nacional que en vano habría intentado iluminar, a estas horas, desconocido y sin esperanzas, se habría tendido en el surco, sería en el seno de una oficina o amarrado a la noria de un periódico el “muchacho que promete”, pero que nunca da, y cada vez que sintiera el impulso de hacer algo sonreiría con tristeza y desaliento contemplando su público:
-!Escribir!... ¿para quién?

Demuestra en este encolerizado artículo un larrismo visceral, es lo más cercano que
se puede encontrar en hemerotecas y bibliotecas a la dolorida expresión de Fígaro de que Escribir en España es llorar. Y no debenos olvidar que Larra fue un furibundo europeizante. Y, no debemos olvidar, ahora que este ensayo ya se precipita hacia el final que ese noventuochismo positivo y trabajador que reclamaban los marginados mediterráneos, incluido Azorín, que apela a “la voluntad” para sacar a España del atraso, es el que va a cristalizar don Manuel Azaña, ese castellano de raíces cervantinas, en sus, por la fuerza derrotadas, reformas. Porque don Manuel Azaña, a diferencia incluso de A. Machado, que tan apenas quedó influenciado por su estancia en Rocafort, sí supo comprender la mediterraneidad. No en balde, como dijera del Papa Luna Vicente Blasco Ibáñez, escribe en El jardín de los frailes: Amaba apasionadamente el mar .

Sólo nos resta, pues, para completar con el mayor rigor posible este trabajo sobre don Vicente y la Generación del 98, adentrarnos en sus pensamientos acerca de temas que Azorín y los demás consideraron capitales. Esos temas vienen a ser la cuestión de El Greco, ciertos considerandos en torno a los místicos y sobre todo, a mi modo de ver, asunto fundamental, la devoción de nuestro paisano hacia Miguel de Cervantes.
Vamos a ello...


BLASCO, AZORÍN, EL GRECO Y SANTA TERESA

Digamos ahora, a la altura ya del quinto de la tarde, que no fueron sólo los llamados, y comunmente aceptados, regeneracionistas los primeros miembros o precursores del “dolor de España” o de su estética masoquista. La pasión por El Greco, que avasallaría a Azorín, y que será objeto, en seguida, de debate por parte de Blasco Ibáñez, es un asunto que pertenece de lleno al modernismo, a Santiago Rossinyol, a los del Círculo de Sitges y a los de Els quatre gats, que Díaz Plaja se complace en presentar como la “aportación mediterránea al 98”, silenciando a Blasco y Sorolla o relegándolos al triunfo made in USA.

Así pues, en lo referente a esa época, constantemente se nos remite a lo de Joaquín Costa, a las siete llaves al sepulcro del Cid, al derecho consuetudinario del Alto Aragón, a la escuela y despensa, o a la Granada la Bella y el Pío Cid de Ganivet

Mas, centrándonos en el tema, sabido es que entre las obsesiones de Azorín se encuentra la pintura y personalidad de El Greco. Todo parte de cierto viaje que en 1900 realizaron él y Baroja a la llamada Ciudad de las Tres Culturas (judía, musulmana y cristiana, tema tratado por Blasco en su novela Luna Benamor), invitados por Julio Burell, entonces gobernador civil de la provincia . Más tarde, en la vida real, este hombre llegaría a ser Ministro de la Gobernación, y en la vida escrita, sería uno de los acompañantes del cadáver de Max Estrella en las valleinclanescas Luces de bohemia.

Fuimos a Toledo -cuenta Azorín en sus Memorias inmemoriales- no como frívolos curiosos, sino cual apasionados. Nos atraían los monumentos religiosos, pues en ellos se encarna la nacionalidad española. Esto, dicho en boca de un individuo que unos pocos años antes se había declarado anarquista e iconoclasta, no deja de ser sorprendente. No obstante, también Baroja en Camino de perfección habla de la visita a Toledo. Y es que, como señala el propio Azorín en los artículos de ABC -en los que da nombre a la Generación del 98- El Greco va a ser considerado como esencial. Pero lo de El Greco, Azorín lo toma del modernismo, de Santiago Rossnyol, de los del Círculo de Sitges y de los de Els quatre gats, como hemos dicho antes.

De El Greco, al enjuiciar el “estado mental” de los noventayochistas, el profesor Antonio Prieto, comenta:

El pintor produce en ellos una sensación atormentada, abosolutamente acorde con sus inestables psicologías.
En el Diario de un enfermo, de Azorín, su hipersensibilidad le hace llorar de angustia.

Y es que Azorín, como les digo, resulta de lo más intrigante y sospechoso. Cuando habla de Teresa de Jesús, dice:

Yo amo a esa mujer atormentada con amor apasionado y mórbido. Estoy jadeante de melancolía, siento la angustia metafísica..

Hoy, las cosas, a mi entender, parecen cargadas de una explicación lógica, muy en la línea de la del profesor Antonio Prieto, pues, de El Greco, hace unos pocos años, cuando se descubrieron los retoques de El caballero de la mano en el pecho, Francisco Umbral, adelantándose a las observaciones de un servidor que, modestia aparte, no pudo publicar antes que él, aunque da igual, dijo que tenía toda la pinta de un chapista de la calle Almirante. Es decir, que era homosexual. De ahí que, en una conferencia que sobre Azorín dio en profesor JC. Mainer, de la Universidad de Alicante, cobre ciertos visos de realidad el hecho de que, teniendo acceso este hombre a la biblioteca particular del alicantino, se percatase de que tenía subrayados todos los parágrafos que, en sus variados libros, tuviesen algo de erotismo. O sea, todo parece indicar que bajo la figura tétrica de un Azorín vestido de negro sobre el paisaje calcinado de Monóvar, pintado por Zuloaga, seguramente se esconde también la figura de maníaco sexual. Y esto explicaría la angustia metafísica que dice sentir por Teresa de Jesús. En todo caso, fuese o no un maníaco sexual a la manera ortodoxa, algo había en él que, de una forma u otra, le soliviantaba ante el naturalismo ardiente. Dice su exégeta, Pedro Laín, en la página 55 de su Generación del 98 que: Pocos saben, sin embargo y nadie ha dicho, que el primer nombre con que Azorín buatizó a su famosa generación fue distinto del que hoy acuñadamente lleva. El 19 de mayo de 1910 publicó Azorín en ABC un artículo titulado Dos generaciones. En él coteja el valor literario y moral de la suya con el harto más escaso de la otra ulterior, “desenfrenadamente entregada al más bajo y violento erotismo ”. Es ésta la primera ocasión en que Azorín habla expresamente del grupo generacional a que pertenece: incluye en él a Valle-Inclán, Benavente, Baroja, Unamuno y Maeztu, y le llama “generación de 1896”.

Pues bien, señoras y señores, este viaje a Toledo que Azorín reseña como uno de los puntos fundamentales de su Generación del 98, resulta que ya había sido realizado antes, tres años antes, por Vicente Blasco Ibáñez y Mariano de Cavia. Desde Toledo (al margen de que la ciudad le inspirara su novela La catedral) Blasco envía a la redacción de El Pueblo artículos como Corpus toledano, El mesón del sevillano y Los obreros muertos. En concreto, en El Mesón del Sevillano, glosa, de una tacada, vinculando estos personajes con Toledo, a, naturalmente, El Greco, pero también a Teresa de Jesús, al Cervantes de cuando escribía La ilustre fregona, al Alonso de la Ercilla de La Araucana, a Tirso de Molina, al jesuita, padre Juan de Mariana y al escultor Berruguete . ¿Quién “da más patria” en un sólo artículo...? De El Greco, don Vicente Blasco Ibáñez nos dice:

El Greco, señores, es el modernismo; casi podría decirse que lo hemos visto nacer a pesar de que viviera hace siglos. Hace veinte años era un desconocido; hoy, la crítica moderna lo ha impuesto. Se le ha considerado por muchos como un loco. Abundan en Toledo las leyendas que así nos lo pintan. Yo, por mi parte, no creo mucho en las leyendas, pero debo confesar que El Greco no era un espíritu normal.
Como decía, El Greco fue olvidado durante tres siglos. El clasicismo y el neoclasicismo nada vieron en aquellas telas de figuras extrañas, de colores vivos y rabiosos, de miembros retorcidos en actitudes extravagantes. Vino el romanticismo y ya no se desdeñó aquel artista raro ...

Tengo para mí, que por los calificativos de las leyendas y por el de raro, don Vicente se temía algo raro del susodicho Greco, seguramente la homosexualidad que esgrimió Umbral en su columna de El Mundo. Aunque no signifique, hoy en día, disvalor alguno, sí supone, quizá, una cierta manera de entender la vida.

No se trata, pues, a mi parecer, de que don Vicente no comprendiera la pintura tenebrista, que la comprendía muy bien, en especial admiraba, dentro del género, al setabense José Ribera, también conocido como El Españoleto; pero sí de hacer hincapié en que, el centro de su atención, como lo fue para Rubén Darío, es Velázquez; de él cuenta cómo Felipe IV lo tenía postergado a un papel indigno, y cómo, a pesar de su grandiosidad artística, murió de fatiga cuando tuvo que acompañar al rey, que se trasladaba junto con la infanta Margarita a París:

Velázquez
-dice Blasco- pintaba hasta el aire.

Y de Goya, que es en quien Valle-Inclán se inspiraría para crear el esperpento, opinaba:

Tenía la fealdad genial de Beethoven (¿recuerdan lo que les dije antes de Beethoven
y Wanger?) sólo que en lugar de traslucir toda la melancolía que los retratos del autor de la Novena sinfonía han popularizado, en Goya esa melancolía se circunscribe a la parte superior de su cara; sus labios, en cambio, estereotipan un desdén algo sardónico, algo que desprecia y ríe... Con sus Desastres de la guerra refleja un alma antimilitarista y profundamente humana .



En torno a Blasco y la pintura, resulta de especial interés el artículo que la periodista Elvira Huelbes publicó en el diario El Mundo . Hablaba en él de la controversia suscitada en torno a la confrontación Sorolla-Zuloaga. Díaz Plaja opina que Blasco es el correlativo exacto de Sorolla. A mi modo de ver, la opinión es, si no errónea, tal vez precipitada, porque para darla por buena habría que comparar qué era lo que podía escribir Sorolla y qué lo que era capaz de pintar Blasco. Bien es verdad que se conocieron en la Malvarrosa y que, entonces Blasco se inspiraba para escribir Flor de Mayo, pero en la pintura de Sorolla, luminosa y espléndida, a pesar de títulos tan sociales como Aún dicen que el pescado es caro, no hay "tanto" drama. En cambio, en la de Zuloaga la tragedia es constante. Blasco admite que Zuloaga peca en exceso de dramatismo. Pero, aunque sintiera mayor inclinación hacia la obra de Sorolla, eso no desvirtúa el hecho de que los artículos de Blasco y sus novelas sean trágicos. Por la misma regla de tres habría que emparejar a Valle-Inclán con Regoyos, Solana o Zuloaga, sin embargo, el gallego por quien sentía verdadera admiración era por el cordobés Julio Romero de Torres .

Por lo demás, hay que ver con qué ternura, Blasco poetiza a Santa Teresa...:

Es inmortal Santa Teresa y se ha difundido su obra, inmortal también; pero que fue tan del momento, tan de la Naturaleza, como el canto del ruiseñor, que no sabe siquiera que le oyen; como el aroma de la flor, que lo esparce sin advertir que encanta a quien lo aspira .

Y conste que no podemos hacer una defensa “feminista” de don Vicente porque, antes al contrario, son frecuentes sus alardes misógenos, sobre todo en su correspondencia con Galdós. Algo muy normal en aquellos tiempos... del cuplé.

VICENTE BLASCO IBÁÑEZ Y MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

Si los histriónicos del 98 hubiesen tenido, o tuvieran, porque aún los hay, vergüenza, por el mero hecho de haber fundado una colonia en Argentina llamada “Cervantes” -que eso era materializar la “ruta de don Quijote y Sancho”, le hubiesen levantado a don Vicente un monumento. Pero éste es un país mayoritariamente de resentidos, envidiosos y mediocres y no creo que lo lleguemos a ver más allá de nuestras fronteras federales. Allá cada cual con su conciencia. Nosotros cumpliremos como es debido...

Blasco, como les he dicho, adora a Cervantes, lo idolatra, tanto o más que Unamuno, Machado, Azorín u Ortega y Gasset. Y don Quijote, señoras y señores, no es otra cosa que un trasunto del personaje Miguel de Cervantes. Oigámosle:

La natural, la verdadera dimensión humana es la que realizó el gran artista español, Miguel de Cervantes, en aquel libro inmortal: a un lado los Quijotes -muy contados, por cierto-; al otro lado, el inmenso rebaño de Sanchos que constituyeron un gran pero de la humanidad.
El Quijote es para mí, a modo de un libro de oro. Lo tengo en la cabecera de la cama y lo releo, porque en él encuentro uno de los placeres más íntimos que puede proporcionar la literatura.
Hay una escena en que don Quijote, marchando a través de la llanura manchega (¿recuerdan aquel verso de León Felipe, Por la manchega llanura, se vuelve a ver la figura de don Quijote pasar?), ve grandes nubes de polvo y, envueltas en ellas, nutridos ejércitos. Tal es la fuerza de su imaginación, que va describiendo los bravos paladines que figuran en aquella mesnada, advierte el brillo de sus yelmos, de sus cimeras, el relumbrar de sus armas, y, sin sentir pavor ante tan avasalladora falange de guerreros, mete espuelas a Rocinante, que acelera el trote, y cuando se acerca a las nubes de polvo, ve que los aguerridos ejércitos no son si no inmensos rebaños de ovejas.

Don Quijote -dice Blasco- muere porque ha de morir, porque para él ya no hay lugar en la vida, porque la vida se ha hecho para el don Quijote loco, para don Quijote sublime, para don Quijote poseído de las grandes virtudes y los grandes entusiasmos. Un don Quijote cuerdo, con sentido común, con el sentido vulgar de lo mezquino, no es don Quijote .

Quede, pues, recogido, donde proceda, que antes que a Zola, antes que a Balzac y a Víctor Hugo, don Vicente seguía Cervantes. Cervantes es un personaje muy similar a Blasco, un genio absoluto que vino a decir que “siempre es preferible el camino a la posada”. Y don Vicente Blasco Ibáñez fue un hombre que siempre estuvo de camino. Creo que esto lo explica todo.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Señoras y señores: el 98 es, como dice el profesor Rafael Núñez Florencio, un mito, un mito trágico que fundamentó, pésimamente, el nacionalismo español y que dio alas a los periféricos . Pero aunque el aludido profesor, en su extraordinario trabajo, publicado en Nueva Revista de Polítca, Cultura y Arte, nº 60, diciembre de 1988, no incida demasiado en este último detalle, sí recoge, en cambio, la literatura periodística de nuestro escritor cuando al mentar a los pobres soldados que iban a luchar a la isla, los llamó de carne de tiburones. Lástima que traslade a la nota al pie nº 10, una aseveración tan importante para nuestra tesis como la siguiente:

La anterior alusión a Blasco Ibáñez pertenece al título de uno de sus artículos en El Pueblo (21 - IX - 97). Puede verse en la recopilación de sus escritos periodísticos que hizo Paul Smith con el título de Contra la Restauración. Editorial Nuestra Cultura, Bilbao. 1978.

Lástima, digo, o decimos, porque merecen mayor difusión los libros de José Luis León Roca, Artículos contra la Guerra de Cuba, Por la República y contra la Restauración y Blasco Ibáñez, política y periodismo, que encierran en sí buena parte de las razones argumentales que esgrimimos.

Por otra parte, tampoco tiene desperdicio la nota nº 12, tremendamente aclaratoria, en la que viene a decir:

El Desastre en sí no ha sido más que un símbolo; esto se puede ver en la patente falta de interés en la guerra, que hasta sorprende en los escritos de Baroja y Azorín; en E. Inman Fox, Valencia, 1973, pág. 22. Hubo excepciones, naturalmente, desde Blasco Ibáñez a Unamuno. Cfr. mi artículo Los intelectuales españoles ante la guerra de la independencia cubana, en Cuba, la perla de las Antillas. Actas de las Jornadas sobre “Cuba y su historia, Editorial Doce Calles, Madrid, 1994.

Es muy posible, estoy, y creo que estamos todos de acuerdo en que del Desastre militar se creara un mito que cada estamento o clase social interpretó a su manera: los militares, resentidos, se militarzaron aún más y siguieron sufriendo derrotas todavía mayores en las campañas africanas: Desastre de Annual, etc. Como dijo el respetabilísimo general Gutierrez Mellado: ¡Estoy harto de tanta derrota con honra! Los intelectuales bramaron contra la polítca caduca de la Restauración, los obreros odiaron, tal cual se iban pidiendo quintas para la aventura africana, cada vez más, el llamado patriotismo, último refugio del canalla según no sé quién... Es muy posible que todo, el Desastre y la Generación del 98 (la que nunca existió) sea un gran mito.

Pero el mito, como Lèvi-Strauss y otros reconcen es lo que viene a dar sentido, siquiera quimérico, a una sociedad. Por ello, aún con toda la carga de arbitrariedades, interpretaciones maniqueas, patriotrismos zafios y demás zarandajas escritas y opinadas a tenor de la derrota militar en Cuba, y del dolorido sentir de la literatura sucesoria, mantengo -puesto que, quiérase o no, la Generación del 98 como mito y referencia en la cultura española es indiscutible- pido y -a mi manera- exijo, que cada vez que se hable de ella se tenga bien presente a don Vicente Blasco Ibáñez.

Señoras y señores:

He recorrido el itinerario geográfico de todo el 98 español. He estado en todos los domicilios de Antonio Machado... en Soria, en el Prado de la Cárcel, de Baeza; en el hotel El Comercio, de Segovia; en su Villa Amparo de Rocafort. He visitado a la sobrina de Azorín, he estado en su casa de Monóvar, en la madrileña calle de la Montera donde comía pajaritos fritos; he estado en lo que fue el Café Fornos, lugar de chismorreo madrileño en tiempos de la Restauración; he recorrido la ruta de Max Estrella por el Callejón del Gato, y he vivido, siquiera en la imaginación, el esperpento de los espejos cóncavos. He dormido en las mismas pensiones aledañas a la Puerta del Sol que Baroja describe en La Busca. He vivido toda la nomenclatura e iconografía de Don Quijote y Sancho; he estado en El Toboso, en Fuentes de Ebro, donde se encontraba la Insula Barataria. He estado en todas partes, como un dios loco...



Pero un día, cuando, a fuerza de “vivir” el eterno dilema del 98, decidí investigar a Blasco Ibéñez, inicié una serie de visitas silenciosas a su tumba (cementerio de Valencia, entrando, a la izquierda) y descubrí un rincón fresco, umbroso y solitario..., pero muy intenso. Porque el hombre aislado, incluso después de muerto, es el más fuerte. De vez en cuando, indolente, pasa un gato que siempre mira al visitante como dándose cuenta de qué va el asunto. Otros, en bandos de cinco o seis, toman el sol sobre el mausoleo faraónico de algún preboste que seguramente arde en el infierno. Pasa gente apesadumbrada por su difunto, pero muy pocos se detienen en su tumba, una tumba, o nicho, da igual, de lápida negra, perfectamente seria y austera.


Cada quince o veinte minutos, algún avión, de váyase a saber qué destino o procedencia, sobrevuela el cementerio, y su vuelo, majestuoso, tiene un algo de
música de Wagner. Lejano se oye el rumor industrial de la Gran Valencia, que aún, como soñaba el maestro, no se ha convertido en la nueva Atenas.

Allí, junto a la tumba de Blasco, como los castizos centralistas junto a la de Larra, voy analizando la realidad y pensando qué hacer, qué decir y qué escribir.

Allí se comprende mejor que don Vicente Blasco Ibáñez, no ya es que perteneciera al 98, es que era el 98, pues, a la comprensión del hecho castellano, hartamente aquí demostrado, unió el deseo, no menos importante, de revitalizar la antigua confederación catalano-aragonesa. Blasco supo comprender, y denunciar, el caciquismo imperante en Andalucía, glosar el liberalismo de la ciudad de Eibar en un ambiente tradicionalista, hermanar España y Valencia con Hispanoamérica. De él, el argentino Valentín de Pedro, dice que lo vio en Buenos Aires, junto a Rubén Darío...: Estaban juntas aquel día dos figuras gloriosas de la literatura hispánica: Vicente Blasco Ibáñez y Rubén Dario. Sin embargo, críticos actuales tan apenas le dedican unas líneas, o lo encasillan en el costumbrismo valenciano. Pero resulta que, por ejemplo, Umbral se deshace en elogios a César González Ruano, en tanto que -ironías de la vida-, la acerada pluma madrileña que escribía todas las mañanas en el Café Teide, dice:

¡Obra enorme la del escritor y político!... Con Blasco Ibáñez se ha perdido algo más que un escritor: un gran sugerente, un gran espíritu directivo. Lo sabe Valencia que llora al hijo errante que no ha vuelto de uno de sus viajes.

Yo me siento muy orgulloso de que me hayan dado la oportunidad de, junto con León Roca, con “Pigmalión” (ya difunto) y con otros muchos, hacer justicia a don Vicente en un tema tan actual como ha sido el replanteamiento de la “cuestión del 98”.

Si van por las mañanas al cementerio de Valencia, es muy posible que me encuentren comentando cosas de escritores con don Vicente. Porque les juro que, como dijera Julio Camba, le admiro, a pesar de su genio y a pesar de su éxito. A pesar de que algunos no le admiren y a pesar de que le admiren tantísimos...
Vall de Almonacid (Castellón), otoño de 1998
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NOTAS.-


.- Guillermo Díaz Plaja: Modernismo frente a Noventa y ocho. Ediciones Austral - Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1979
.- He aquí, seriadas, las razones en que Baroja funda su actitud negativa:
1.- La fecha no es muy auténtica. De los incluidos en esa generación, no creo que la mayoría se hubiera destacado en 1898.
2.- Tampoco se sabe a punto fijo quiénes formaban parte de esa generación: unos escriben unos nombres y otros, otros. Algunos han incluido a Costa, otros, a J. Ortega y Gasset, que se dio a conocer ya muy entrado este siglo.
3.- En esta generación fantasma de 1898... yo no advierto la menor unidad de ideas. Había entre ellos (los escritores que componen el grupo) liberales monárquicos, reaccionarios y carlistas.
4.- En el terreno de la literatura existía la misma divergencia: había quien pensaba en Shakesoeare y quien en Carlyle, había quien tenía como modelo a D´Annunzio y otros que veían su maestro en Flaubert, en Dostoiesvki y en Nietzche.
5.- Se ha dicho que la generación seguía la tendencia de Ganivet. Entre los escritores que conocí no había nadie que hubiese leído a Ganivet. Yo tampoco, Ganivet en este tiempo era un desconocido.
....El 98 no tenía ideas, poorque éstas eran tan contradictorias que no podían formar un sistema ni un cuerpo de doctrina. Ni del horno hegeliano, en donde se fundían las tesis y las antítesis, hubiera podido salir una síntesis con los componentes heterogéneos de nuestra casi famosa generación.

Pedro Laín Entralgo: La generación del 98, cita de Baroja. Editorial Austral, Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1997
* * *

Por el puente que une -o que separa- los siglos XIX y XX, irrumpe en la vida y la conciencia nacional de España, con mayor extensión pero con menos efectividad de lo que posteriormente se ha supuesto, la antonomásticamente denominada “Generación del 98”. ¿Qué fue, en resumidas cuentas, esa “Generación”? ¿Qué influencias positivas ejerció, si es que tales influencias -positivas- existieron?
Si la generación -con minúscula- es cosa diferente a la definición que de ella da el Diccionario de la Real Academia Española: “conjunto de todos los vivientes coetáneos”; si, en un sentido mucho más restrictivo, se quiere constreñirla a unas docenas de hombres a los que, aparte de la coincidencia, puramente accidental, de haber nacido en unos mismos años, unen unas afinidades de índole espiritual o literaria, habrá que convenir que la “Generación del 98” -con mayúscula- no existe como tal Generación: entre sus componentes no hay similitudes de caracter, ni de formación, ni de cultura, ni de escuela, ni de conducta y ni siquiera de propósitos; son un conjunto de individuos incapaces de integrar algo que se parezca a una unidad compacta.

Pedro Gómez Aparicio: Historia del periodismo español (La Generación del 98). Editora Nacional. Madrid, 1974


.- Guillermo Díaz Plaja: Modernismo frente a Noventa y ocho, Ediciones Austral - Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1979
.- Guillermo Díaz Plaja: Modernismo frente a Noventa y ocho, Ediciones Austral, Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1979
.- Pedro Salinas: El concepto de generación literaria apliacado a la del 98, Revista de Occidente, CL, diciembre de 1935.
.- Ernesto Giménez Caballero: Junto a la tumba de Larra, Biblioteca Básica Salvat (libro RTV, nº 99.- 1971.- Se trata de una colección de artículos agrupados bajo el título del que publicó, en 1931, en El Robinson Literario de España.
.- Rafael Núñez Florencio, en su artículo El 98 como mito (Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, nº 60, diciembre de 1998, páginas 58 y 59) cita los ejemplos de otros “noventayochos” foráneos de parecido sesgo al nuestro:
Todo el que hojea la literatura de la época, en cualquiera de sus vertientes, desde la periodística a la ensayística, pasando por las narraciones o los diagnósticos propiamente regeneracionistas, queda en principio sorprendido al hallar una insistencia, casi una delectación morbosa en la especificidad del desastre español. La historigrafía posterior, aprovechando la perspectiva que siempre prestan el tiempo y la distancia, ha puesto las cosas en su sitio. Nada más lejos de la realidad, podemos decir hoy, que ese regodeo en la pecualiaridad hispana. El mismo término francés débâcle, que se aplica con frecuencia al 98 español, y que termina castellanizándose, se difunde precisamente tras la guerra franco-prusiana (1870), para caracterizar la claudicación gala frente a las tropas de Bismark. Recuérdese en especial toda la retórica que se desarrolla después de Sedán y que tiene aquí amplio eco. En 1892, un escritor bien conocido dentro de nuestras fronteras, Émile Zola, publica La débâcle. Un poco antes, en enero de 1890, ha tenido lugar el 98 portugués, la llamada crisis del Ultimátum, que se vive como un humillación nacional, una bofetada a laa aspiraciones lusas en África por parte de una intratable Gran Bretaña. También tuvo cierta repercusión en nuestro país, y hasta se despertó una tibia solidaridad con la nación hermana. Algo después, en 1895-96, es el colonialismo italiano el que se encuentra en apuros en la zona de Abisinia, hasta el punto de que la aventura africana se salda con provisionalmente con un gran fracaso, el desastre de Adua. En el otro extremo del globo, China es arrollada por un Japón emergente y cada vez más amenazador, pero por eso mismo, el gobierno nipón es a su vez frenado, casi doblegado, por las potencias occidentales (tratado de Shimonoseki, 1895). En el mismo 98, el orgullo francés sufre un nuevo golpe, esta vez ante los ingleses, en la llamada crisis de Fachoda. Unos años más adelante, ya comenzado el nuevo siglo, el gigante ruso se sentirá herido en lo más prfundo de su dignidad nacional con la aplastante derrota ante su despreciado vecino japonés (1905).
Tomando como referencia la famosa declaración de lord Salisbury, se ha generalizado o, mejor dicho, se ha esquematizado todo ese proceso, aludiendo a la decadencia de los pueblos latino. Si se eligen términos nacionalistas, más exacto sería hablar de la pujanza avasalladora de las nuevas nacionalidades y de aquellas otras que, siendo antiguas, saben adaptarse a los tiempos modernos. Aun así, no dejaría de ser también una simplificación elemental.
.- ...El señor Ernesto Giménez Caballero, era entonces, en abril de 1939, algo parecido a Ministro de Prensa y Propaganda del gobierno de Franco en Burgos. No estamos ciertos de lo que fuera, pero suponemos que por lo menos fue uno de los primeros que montaron esta servicio en la llamada zona nacional.
...Nos dijo que no éramos recuperables para la España de Franco y que ellos no tendrían ninguna responsabilidad si acaso procedían a nuestra eliminación física, porque contaban con la ayuda de Hitler y Mussolini, y que nadie sería capaz de exigirles ninguna clase de cuentas. Que teníamos Franco para tiempo, eternamente, y que la democracia y la libertad que nosotros habíamos fraguado a nuestro estilo, habían pasado al mejor de los mundos: soterradas. Que no nos hiciéramos ilusiones, que había terminado nuestra historia.
Matías González: ¡Sálvese quien pueda! Los últimos días de la guerra civil española: Los discursos de Ernesto Giménez Caballero. Editores Mexicanos Unidos. S.A. marzo, 1981
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, discursos literarios, citas finales. Editorial Prometeo. Valencia, 1966
.- En las páginas 61 y 62 de La Generación del 98 de Pedro Laín Entralgo, en concreto en la nota al pie de página nº 1O, el escritor falangista, dice: Baste un botón de muestra. En su inteligente y ponderado estudio sobre El pensamiento filosófico de Unamuno, el P. Oromí, tan independiente en sus juicios, rinde por una vez inexplicable pleitesía al tópico y, hablando de los hombres del 98 -entre los que cuenta a Blasco Ibáñez, un naturalista rezagado-, escribe: <>.
Como puede juzgar el lector, tanto en el caso de Blasco, como en los demás de la “generación”, lo del antihispanismo es, radicalmente, falso.
.- Tal vez hoy mismo queden en suspenso las garantías constitucionales.
El gobierno monárquico que no ha sabido defender la integridad del suelo español ni conservar con honra nuestra escasa marina, quiere ahora demostrar su valor y su entusiasmo patriótico ensañándose con los españoles, vengándose en ellos de los disgustos que le han hecho sufrir cubanos, tagalos y yakées.
Aprovechemos la ocasión, y ya que quedan pocas horas para decir verdades, digámoslas todas de un golpe.
El régimen monárquico está en quiebra.
La nación, privada por la monarquía de la libertad, transigía con ella creyendo que al menos aseguraba la paz y la patria. La paz hace tiempo que se alejó de nosotros, espantada por los desaciertos de los monárquicos. La patria está ya hecha pedazos, más que por el esfuerzo de los enemigos, por el egoísmo del régimen monárquico que, para sostenerse, guarda la mayor parte del ejército en la Península, mientras allá en Cuba y Filipinas puñados de héroes se baten desesperadamente en el aislamiento, y si no triunfan es porque el gobierno les deja sin auxilio.
La monarquía está en liquidación. El país vuelve los ojos en torno buscando quien pueda remediar tanta desgracia, y se fija en nostros, los republicanos.
Aquí no hay más solución que la República, por lo mismo que es una fórma de gobierno que no vincula con la herencia y en los intereses de la familia, sino en la voluntad nacional, y la nación es la única que puede resolver el presente conflicto.
Veinticinco años de propaganda malvada e infame a la sombra de la Restauración han logrado que ciertas clases sociales miren con horror la República.
¡Que no la teman los hombres honrados!
República tiene Francia hace veintiocho años y la vida nacional se desarrolla allí con envidiable fuerza, sin que sufra molestia alguna de las antiguas clases.
Nadie como nosotros, los que militamos en la vanguardia de la República, los que hemos sido considerados siempre como exaltados, puede ofrecer al país seguridades tan tranquilizadoras.
Queremos una República, no para los republicanos, sino para todos los españoles.
En las presentes circunstancias, la República no es una solución política, es una solución nacional, y dentro de ella todos los españoles han de alcanzar garantías y respetos, procedan de donde prcedan.
Olviden todos esas calumnias miserables lanzadas contra la república para divorciarla de determinadas clases.
El militar será amado y respetado por la República, que verá en él un defensor de la patria y la libertad.
El comerciante, el industrial y el propietario, tienen en la República el régimen de la honradez y la economía.
El sacerdote que cumpla sus deberes evangélicos sin mezclarse en política, encontrará en la República protección y respeto.
La República, suprema formula de la voluntad del pueblo, es hoy la única solución para la patria.
Vencidos por las imprevisiones y el egoísmo de la monarquía, forzosamente habremos de ir a la paz.
Con la monarquía, la paz será deshonrosa y cara. A cerca de tres mil millones de francos ascenderá la indemnización que piensan pedir los yankées. Y la monarquía, por sostenerse, querrá pagarla.
Si en España imperase la República, nuestros gobernantes, con la responsabilidad propia de los gobiernos democráticos, salvarían a la nación de esos terribles compromisos en que la ha metido el régimen monárquico.
¡Que nadie sienta recelo ni pavor ante la República!
Es el único remedio que le resta a España.
¡Españoles todos, los que os interesáis por despejar la incógnita del porvenir nacional! Venid a nosotros.
Vicente Blasco Ibáñez,
Diputado a Cortes,
El Pueblo, 6 de julio de 1898
(De J.L. León Roca: Vicente Blasco Ibáñez, articulos contra la guerra de Cuba )

* * *

No, no es una errata. Es probale que en los libros futuros de la Historia de España se encuentre un capítulo con ese mismo título. El buen lector, que es cauteloso y alerta, habrá adverrtido que en esa expresión el señor Berenguer no es el sujeto del error, sino el objeto. No se dice que el error sea Berenguer, sino más bien lo contrario: que Berenguer es un error. Son otros, pues, quienes lo han cometido y lo cometen; otros, toda una porción de España, aunque, a mi juicio, no muy grande. Por ello trasciende ese error los límites de la equivocación individual y quedará inscrito en la historia de nuestro país.
Estos párrafos pretenden dibujar, con los menos aspavientos posibles, en qué consiste desliz tan importante, tan histórico.
Para esto necesitamos proceder magnánimamente, acomodando el aparato ocular a lo esencial y cuantioso, retrayendo la vista de toda cuestión personal y de detalle. Por eso, yo voy a suponer aquí que ni el presidente del Gobierno ni ninguno de sus miembros han cometido error alguno en su actuación concreta y particular. Después de todo, no está esto muy lejos de la pura verdad. Esos hombres no habrán hecho ninguna cosa positiva de grueso calibre; pero justo es reconocer que han ejecutado pocas indiscreciones. Algunos de ellos han hecho más. El señor Tormo, por ejemplo, ha conseguido lo que parecía imposible: que a estas fechas la situación estudiantil no se haya convertido en un conflicto grave. Es mucho menos fácil de lo que la gente pueda suponer que exista, rebus sic stantibus, y dentro del régimen actual, otra persona, sea cual fuera que hubiera podido lograr tan inverosímil cosa. Las llamadas “derechas” no se lo agradecen porque la especie humana es demasiado estúpida para agradecer que alguien evite una enfermedad. Es preciso que la enfermedad llegue, que el ciudadano se retuerza de dolor y de angustia: entonces siente “generosamente” exquisita gratitud hacia quien le quita la enfermedad que le ha martirizado. Pero, así, en seco, sin martirio previo, el hombre, sobre todo el feliz hombre de la “derecha”, es profundamente ingrato.
(...) Un Gobierno es, ante todo, la política que viene a representar. En nuestro caso se trata de una política sencillísima. Es un manicomio. Se reduce a un tema. Cien veces lo ha repetido el señor Berenguer. La política de este gobierno consiste en cumplir la resolución adoptada por la Corona de volver a la normalidad por los medios normales. Aunque la cosa es clara como “¡buenos días!”, conviene que el lector se fije. El fin de la política es la normalidad. Sus medios son... los normales.
Yo no recuerdo haber oído hablar nunca de una política más sencilla que ésta. Esta vez el Poder público, el Régimen, se ha hartado de ser sencillo.
Bien. Pero ¿a qué hechos, a qué situación de vida pública responde el Régimen con una política tan simple y unicelular? ¡Ah!, eso todos lo sabemos. La situación política responde era también muy sencilla. Era ésta: España, una nación de sobre veinte millones de habitantes, que venía ya arrastrando una situación política bastante poco normal, ha sufrido durante siete años un régimen de absoluta anormalidad en el Poder público, el cual ha usado medios de tal modo anormales que nadie, así, de pronto, podrá recordar haber sido usados nunca ni dentro ni fuera de España, ni en éste ni en cualquier otro siglo. Lo cual anda muy lejos de ser una frase. Desde mi rincón sigo estupefacto ante el hecho de que todavía ningún sabedor de historia jurídica se haya ocupado de hacer conocer a los españoles minuciosamente y con pruebas exuberantes esta estricta verdad: que no es imposible, pero sí sumamente difícil, hablando en serio y con todo rigor, encontrar un régimen de Poder político como el que ha sido de hecho nuestra Dictadura, en todo el ámbito de Historia, incluyendo los pueblos salvajes. Sólo el que tiene una idea completamente errónea de lo que son los pueblos salvajes puede ignorar que la situación de derecho público en que hemos vivido es más salvaje todavía, y no sólo es anormal respecto a España y al siglo XX, sino que posee el rango de insólita anormalidad en la historia humana. Hay quien cree poder controvertir esto sin más que hacer constar el hecho de que la Dictadura no ha matado; pero eso, precisamente eso -creer que el derecho se reduce a no asesinar-, es una idea del derecho inferior a la que han solido tener los pueblos salvajes.
La Dictadura ha sido un poder omnímodo y sin límites, que no sólo ha operado sin ley ni responsabilidad, sin norma no ya establecida, pero ni aún conocida, sino que no se ha circunscrito a la órbita de lo público, antes bien a penetrado en el orden privadísimo brutal y soezmente. Colmo de todo ello es que no se ha contentado con con mandar a pleno y frenético arbitrio, sino que aún le ha sobrado holgura de Poder para insultar líricamente a personas y cosas, colectivas e individuales. No hay punto de la vida española en que la Dictadura no haya puesto su innoble mano de sayón. Esa mano ha hecho saltar las puertas de las cajas de los bancos, y esa misma mano, de paso, se ha entretenido en escribir todo género de opiniones estutísimas, hasta la literatura de los poetas españoles. Claro que esto último no es de importancia sustantiva, entre otras cosas porque a los poetas los traía sin cuidado las opiniones de literarias de los dictadores y sus criados; pero lo cito precisamente como un colmo para que conste y se recuerde y simbolice la abracabrante y sin par situación por la que hemos pasado. Yo ahora no pretendo agitar la opinión, sino, al contrario, definir y razonar, que es mi primario deber y oficio. Por eso eludo recordar aquí, con sus espeluznantes pelos y señales, los actos más graves de la Dictadura. Quiero, muy deliberadamente, evitar lo patético. Aspiro hoy a persuadir y no a conmover. Pero he tenido que evocar, con un mínimo de evidencia, lo que la Dictadura fue. Hoy parece un cuento. Yo necesitaba recordar que no es un cuento, sino que fue un hecho.
Y que a ese hecho responde el Régimen con el gobierno Berenguer, cuya política significa: volvamos tranquilamente a la normalidad por los medios más normales; hagamos como si aquí no hubiera pasado nada radicalmente nuevo, sustancialmente anormal.
Eso, eso es todo lo que el Régimen pude ofrecer, en este momento tan difícil para Europa entera, a los veinte millones de hombres ya maltraídos de antiguo, después de haberlos vejado, pisoteado, envilecido y esquilmado durante siete años. Y, no obstante, pretende, impávido, seguir al frente de los destinos históricos de esos españoles y de esta España.
Pero no es lo peor. Lo peor son los motivos por los que cree poderse contentar con ofrecer tan insolente ficción.
El Estado tradicional, es decir, la Monarquía, se ha ido formando un surtido de ideas sobre el modo de ser de los españoles. Piensa, por ejemplo, que moralmente pertencen a la familia de los óvidos, que en política son gente mansurrona y lanar, que lo aguantan y sufren todo sin rechistar, que no tienen sentido de los deberes civiles, que son informales, que a las cuestiones de derecho y, en general, políticas, presentan una epidermis córnea. Como mi única misión en esta vida es decir lo que creo verdad -y, por supuesto, desdecirme tan pronto como alguien me demuestre que padecía equivocación-, no puedo ocultar que esas ideas sociológicas sobre el español tenidas por su Estado son, en dosis considerables, ciertas. Bien está, pues, que la Monarquía piense eso, que lo sepa y cuente con ello; pero es intolerable que se prevalga de ello. Cuanta mayor verdad sean, razón de más para que la Monarquía, responsable ante el Altísimo de nuestros últimos destinos históricos, se hubiese extremado, hora por hora, en corregir tales defectos, excitando la vitalidad política del español, haciéndole hiperestético para el derecho y la dignidad civil, persiguiendo cuanto fomentase su modorra moral y su propensión lanuda. No obstante, ha hecho todo lo contrario. Desde Sagunto, la Monarquía no ha hecho más que especular sobre los vicios españoles, y su política ha consistido en aprovecharlos para su exclusiva comodidad. La frase que en los edificios del Estado español se ha repetido más veces es ésa: “¡En España no ha pasado nada!” La cosa es repugnante, repugnante como para vomitar entera la historia española de los últimos sesenta años; pero nadie honradamente podrá negar que la frecuencia de esa frase es un hecho.
He aquí los motivos por los cuales el Régimen ha creído posible también en esta ocasión superlativa responder no más que decretando esta ficción: Aquí no ha pasado nada. Esta ficción es el gobierno Berenguer.
Pero esta vez se ha equivocado. Se trataba de dar largas. Se contaba con que pocos meses de gobierno emoliente bastarían para hacer olvidar a la amnesia celtíbera los siete años de Dictadura. Por otra parte, el anuncio de elecciones se esperaba mucho. Entre las ideas sociológicas, nada equivocadas, que sobre España posee el Régimen actual, está esa de que los españoles se compran con actas. Por eso ha utilizado siempre los comicios -función suprema y como sacramental de la convivencia civil- con instintos simoníacos. Desde que mi generación asiste a la vida pública no he visto en el Estado otro comportamiento que esa especulación sobre los vicios nacionales. Ese comportamiento se llama en latín y en buen castellano: indecencia, indecoro. El Estado, en vez de ser inexorable educador de nuestra raza desmoralizada, no ha hecho más que arrellanarse en la indecencia nacional.
Pero esta vez se ha equivocado. Este es el error Berenguer. Al cabo de diez meses, la opinión pública está menos dispuesta que nunca a olvidar la gran viltá que fue la Dictadura. El Régimen sigue solitario, acordonado como leproso en lazareto. No hay un hombre hábil que quiera acercarse a él; actas, carteras, promesas -las cuentas de vidrio perpetuas-, no han servido esta vez de nada. Al contrario: esta última ficción colma el vaso. La reacción indignada de España empieza ahora, precisamente ahora, y no hace diez meses. España se toma siempre tiempo, el suyo.
Y no vale oponer a lo dicho que el advenimiento de la Dictadura fue inevitable. No discutimos ahora las causas de la Dictadura. Ya hablaremos de ellas otro día, porque, en verdad, está aún hoy el asunto aproximadamente intacto. Para el razonamiento presentado antes, la cuestión es diferente. Supongamos un instante que el advenimiento de la Dictadura fue inevitable. Pero esto, ni que decir tiene, no vela lo más mínimo el hecho de que sus actos después de advenir fueron una creciente y monumental injuria, un crimen de lesa patria, de lesa historia, de lesa dignidad pública y privada. Por tanto, si el Régimen la aceptó obligado, razón de más para que al terminar se hubiese con leal entereza, con nacional efusión, abrazado al pueblo y le hubiese dicho: Hemos padecido una incalculable desdicha. La normalidad que constituía la unión cívica de los pueblos se ha roto. La continuidad de la historia se ha quebrado. No existe Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro Estado!
Pero no ha hecho esto, que era lo congruente con la desastrosa situación, sino todo lo contrario. Quiere una vez más salir del paso, como si los veinte millones de españoles estuviésemos ahí para que él saliese del paso. Busca a laguien que se encargue de la ficción, que realice la política de “aquí no ha pasado nada”. Encuentra sólo un general amnistiado.
Este es el error Berenguer del que la Historia hablará.
Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el régimen mismo; nosotros, gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: ¡Españoles: vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!
Delenda est Monarchia.

José Ortega y Gasset,
El error Berenguer
El Sol, 15 de noviembre de 1930
.- Francisco Flores Arroyuelo: Introducción a La nave de los locos, pág. 45. Ediciones Caro Raggio-Cátedra. Madrid, 1987
.- Antonio Prieto: La Generación del 98, Cuadernos de HISTORIA 16.
.- Escéptica y desalentada, sin fe política, sin cimientos para el orgullo patrio, España propenderá cada día más a buscar fuera de sí misma las pocas satisfacciones espirituales que necesite. Día llegará en que nuestras Letras, como ya sucede a nuestra Ciencia, no reflejen sino la vida de los pueblos más alentados y más dichosos. El expresivo síntoma de que no aprezca aún la generación que ha de continuar nuestra tarea basta para prueba de que no son aprensiones de cansado veterano las que nublan nuestros ojos y apagan nuestro entusiasmo precisamente cuando necesitamos valor y estímulo para luchar con esta postración y regenerarlo todo.

Emilia Pardo Bazán, último número de Nuevo Teatro Crítico (1898), cita entresacada de Historia del periodismo español, de Pedro Gómez Aparicio. Editora Nacional. Madrid, 1974

.- En el piso bajo de la casa, en la puerta daba a la calle del Águila, había una cochera, una carpintería, una taberna y la zapatería del pariente de la Petra. Este establecimiento tenía sobre la puerta de la entrada un rótulo que decía:
A LA REGENERACIÓN DEL CALZADO
El historiógrafo del porvenir seguramente encontrará en este letrero una prueba de lo extendida que estuvo en algunas épocas cierta idea de regeneración nacional, y no le asombrará que esa idea, que comenzó por querer reformar y regenerar la Constitución y la raza española, concluyera en la muestra de una tienda de un rincón de los barrios bajos, en donde lo único que se hacía era reformar y regenerar el calzado.
* * *
...Después dio la vieja a cada uno su ración de cocido, y, mientras comían, el zapatero discursó un poco acerca del porvenir de España y de los motivos de nuestro atraso, conversación agradable para la mayoría de los españoles que nos sentimos regeneradores.

Pío Baroja, La Busca.

.- Antonio Prieto: La Generación del 98, Cuadernos de HISTORIA 16.
.- Julián Marías: El método histórico de las generaciones (inserto en Diccionario de la Literatura Española, edición dirigida por Germán Bleiberg y Julián Marías, Revista de Occidente, Madrid, 1972).
.- Guillermo Díaz Plaja: Modernismo frente a Noventa y ocho, Ediciones Austral, Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1979
.- En la jerga periodística de comienzos de siglo se daba el denigrante título de “sapos” a unos periódicos, pretendidamente diarios que se publicaban cuando podían y que vivían del “fondo de reptiles”, de unos cuantos anuncios oficiales y, a veces, del chantage...
Pedro Gómez Aparicio: Historia del periodismo español, nota al pie nº 20, pág. 73. Editora Nacional, Madrid, 1974
.- F. León Roca: Blasco Ibáñez, política y periodismo. Edicions 62, S.A. Barcelona, 1970.
.- Unos pocos centenares de exaltados son los que han tomado las armas para batirse al grito de ¡Cuba libre!, gentes de color en su mayoría, que no odian a España sino que sienten inextinguible y justa irritación contra esos rancios orgullos de raza que los convierten en parias despreciables, y resucitan la ley de castas en plena civilización democrática.
Las gestiones de los monárquicos en la isla, las arbitrariedades de los reaccionarios, sólo han servido para exitar las pasiones del separatismo, para producir esas terribles guerras civiles que tanta sangre y dinero le han costado a la patria.

El Pueblo, 12 de marzo de 1895 (De J.L. León Roca: Vicente Blasco Ibáñez, articulos contra la guerra de Cuba) Ediciones León Roca. Valencia. 1978.

.- Ayer fue embarcado en nuestro puerto el Regimiento Peninsular.
¡Hermoso espectáculo!
Una masa de jóvenes vestidos con trajes de mecánica pasando el portón que conducía a la escala del “Antonio López”, mirando en derredor con cierto azoramiento, andando como sonámbulos, sin osar volver la mirada atrás por miedo a que la tierra patria, que tal vez no vuelvan a ver, despertase en su memoria penosos recuerdos que hiciesen asomar las lágrimas a sus ojos. Un rebaño gris que, mansamente guiado por los pastores tristes y desalentados, avanzaba sobre los embreados maderos, subiendo la escala para desaparecer en las entrañas del trasatlántico.
¡Viva la patria! Hace falta carne humana en los hospitales; las fiebres antillanas, el feroz vómito negro, están hambrientos de víctimas, y alla va, rumbo a las Antillas, nuestra juventud robusta, arrancada al trabajo de los campos, a la industria de las ciudades, para caer exánime en la manigua o en el lecho caliente y apestado aún por el útimo moribundo, llamando en vano a la madre separada de ellos por miles de leguas.
Triste y oscuro es su porvenir, pero no puden quejarse de la despedida: lo más selecto y distinguido ha ido a saludarles al alejarse de la Península.

El Pueblo, 9 de marzo de 1895 (De J.L. León Roca: Vicente Blasco Ibáñez, artículos contra la guerra de Cuba) Ediciones León Roca. Valencia. 1978.

.- Por ciertas concomitancias con lo que Ortega y Gasset dio en llamar La rebelión de las masas, así como por alguna de sus alusiones taurinas (“Para entender España hay que ir a los toros”) reproducimos un fragmento del articulo de Vicente Blasco Ibáñez, publicado en El Pueblo, el 16 de diciembre de 1894, bajo el título de La mayoría insubordinada:

Los que siguen con mirada atenta la marcha de los debates parlamentarios, no deben haberse sorprendido por lo que ocurrió anteayer en el Congreso.
La insubordinación de la mayoría y el escándalo parlamentario que eran de esperar.
Hace ya tiempo que se notaba la descomposición y el fraccionamiento en el seno de la hueste ministerial.
Además, cuando una mayoría se acostumbra a vociferar, faltando a todas las reglas de la educación y escupiendo insolencias cada vez que habla un individuo de las minorías, toma afición a estar en la Cámara como en una plaza de toros, se aburre en las sesiones faltas de escándalo, y careciendo de oradores enemigos a quienes interrumpir y corear grotescamente, acaba por dirigir insultos a los ministros.
La actual situacuón va a morir por “do más pecado había”
.- Como republicanos, sentimos con toda el alma que sea la más grande de las Repúblicas la que proceda traidora y mentirosamente con una nación que sólo ha tenido con ella costosas debilidades y vergonzosas complacencias.
Como españoles, no podemos menos que protestar contra ese infame engaño que ha servido para rebajar la dignidad de España, después que ésta accede a dejarse estafar los treinta millones de la indemnización Mora.
En aguas jurisdiccionales de Cuba, el buque de guerra Conde de Venadito disparó sobre el barco norteamericano Alliance, que no quiso detenerse ante las intimidaciones de aquél.
Con felonía y vileza, el capitán de este buque presentó queja a su gobierno, pretendiendo haber sido cañoneado en aguas libres. El gobierno de los Estados Unidos entabló reclamación contra el nuestro con mala fe y abuso manifiesto.
El Sr. Muruaga, ministro español en Washington, recibe testimonio de personas respetables que viajaban en el Alliance, asegurando que el Conde Venaditto procedió dentro de su derecho.
Traslada el testimonio al gobierno español para que se oponga a la reclamación entablada por el norteamericano; pero el nuestro calla cobardemente, da exagerada satisfacción y pasa por humillaciones indignas, que deshonran a una nación y descalifican al pueblo que las tolera.
... Por esto, ante la conducta vergonzosa de nuestros gobernantes, sólo cabe gritar como nuestro colega de El País:
“¿Dónde están aquella energía, aquella bravura, aquel heroismo, aquellas enjundias del pueblo español?”
Despierta otra vez, fiero león castellano.
Despierta, y grita con voz que sea grito de guerra:
¡Viva España con honra!”

El Pueblo, 6 de septiembre de 1895 (De J.L. León Roca: Vicente Blasco Ibáñez, artículos contra la guerra de Cuba) Ediciones León Roca. Valencia. 1978.

.- F. León Roca: Blasco Ibáñez, política y periodismo. Edicions 62, S.A. Barcelona, 1970.
.- F. León Roca: Blasco Ibáñez, política y periodismo. Edicions 62, S.A. Barcelona, 1970
.- El más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a los asuntos públicos observa este singular estado de España, donde quiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso.
Francisco Silvela: España sin pulso, El Tiempo, 16 de agosto de 1898.
.- En la novela La horda, también Blasco exhibe un Zaratustra (“Así hablaba Zaratustra”) que viene a demostrar que no le era desconocida la filosofía nietzcheana.
.- F. León Roca: Blasco Ibáñez, política y periodismo. Edicions 62, S.A. Barcelona, 1970
.- F. León Roca: Blasco Ibáñez, política y periodismo. Edicions 62, S.A. Barcelona, 1970.
.- José Ortega y Gasset: El error Berenguer, El Sol, 15 de noviembre de 1930.
.- Teresa Rodríguez de Lecea, La escuela de la Institución, Revista HISTORIA 16, nº 49, mayo de 1980.
.- José María Meliá, Pigmalión, Blasco Ibáñez, novelista. Sucesores de Vives Mora, Valencia, 1967
.- José María Meliá, Pigmalión, Blasco Ibáñez, novelista. Sucesores de Vives Mora, Valencia, 1967

.- José María Meliá, Pigmalión, Blasco Ibáñez, novelista. Sucesores de Vives Mora, Valencia, 1967
.- Germinal es de irreconciliable oposición, de permanente protesta, de absoluta rebeldía contra el régimen actual, basado en la secular alianza del Altar y el Trono, en la explotación y la servidumbre que engendran las instituciones económicas y en la vil cobardía que ha producido la criminal indiferencia y el menguado egoísmo.
Nicolás Salmerón, director de Germinal. Tomado de Historia del periodismo español, de Pedro Gómez Aparicio. Editora Nacional, Madrid, 1974
.- Venimos a propagar y a defender “lo nuevo”; lo que el público ansía, “lo moderno”, lo que en toda Europa es corriente y aquí no llega por miedo a la rutina y tiranía de la costumbre, y con esto queda sentado que Vida Nueva será, no el periódico de “hoy” sino el periódico de “mañana”. Los nombres de las personas que en él han de escribir semanalmente deben convencer al público de que esta publicación será todo lo que se quiera y la quieran llamar, pero nunca será reaccionaria.
* * *
Considero que estas declaraciones de intenciones de medios tan progresistas como Germinal y Vida Nueva, por lo que tienen en sí de juramentos de honradez se confunden, o pueden confundir, con los mismos propósitos pero arguidos desde posiciones conservadoras, de ahí que en la interpretación histórica, política y literaria de la Generación del 98 se produzca la misma confusión. Júzguense, pues, con lo esgrimido por El Fusil, de ideología carlista, que nació para hostigar el anticlericalismo, y se comprobará mi teoría:
El Fusil vino al mundo para atacar a los explotadores y opresores, para hacerse eco de las quejas de los oprimidos y explotados, para interpretar sus sentimientos, para dar forma a sus protestas, para clamar contra los bandidos que en todas las mallas de la red burocrática saquean al pobre pueblo que trabaja y paga, para pedir una sanción de tiro rápido contra los traidores a la Patria que nos envolvieron en espantosas guerras, sacando ellos la piel intacta y el bolsillo repleto y dejándonos a la faz del mundo sin colonias, con deudas y como unos miserables cochinos.
.- Seudónimo de Juan Bautista Amorós.
.- ¡Desgraciado el pueblo que no tiene algún sueño consecutivo y crónico, norma para la realidad, jalón plantado en las lejanías del camino!
.- Principales periódicos norteamericanos interesados en la guerra: The World, de Joseph Pulitzer; The Journal, William Ramdolph Hearst y el Herald, de Gordon Benet
.- José María Meliá, Pigmalión, Blasco Ibáñez, novelista. Sucesores de Vives Mora, Valencia, 1967
.- La serie de documentales emitidos por RTVE, bajo título de El 98, ha aportado testimonios periciales de altos mandos de la US NAVY que reconocen lo fortuito y accidental de la explosión del Maine, luego habrá que aceptar que su hundimiento fue una más de las desgracias históricas de España.
.- Vicente Gil en publicación interna de Izquierda Republicana Federal.
.- Arcadio Díaz Quiñones: El 98: la guerra simbólica, revista Quimera, nº 173, octubre de 1998
.- Cita don Arcadio Díaz Quiñones el texto de Twain To The Person Sitting in Darkness (1901) y lo refuerza con la nota al pie nº 7, que, textualmente, dice: “Para el debate interno en los Estados Unidos, ver Robert Beisner, Twelve against Empire. New York: McGraw Hill, 1968, y E. Berkeley Thompkins, Anti-Imperialism in the United States: The Great Debate, 1890-1920. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1970”.
.- Rubén Darío: El modernismo y otros ensayos, Alianza Editorial, Madrid, 1989
.- Antonio Prieto: La Generación del 98, Cuadernos de HISTORIA 16.
.- Rubén Darío: El modernismo y otros ensayos. 1898 - O.C. IV. Alianza Editorial. Madrid, 1989
.- Rubén Darío: El modernismo y otros ensayos. 1898 - O.C. IV. Alianza Editorial, Madrid. 1989
.- Guillermo Díaz Plaja: Figuras con un paisaje al fondo. Selecciones Austral. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1981
.- Joan Fuster: Maragall y Unamuno frente a frente. Renuevos de CRUZ Y RAYA. Editorial Cruz de Sur, Santiago de Chile-Madrid, 1964
.- Junto a la Cataluña convulsa, con sus bombas y su prosperidad, sus nuevos partidos y sus nuevas ambiciones, la Generación del 98 describe, por su parte, la España castellana. Mejor dicho, dos Españas. Una, la España real, de caciques y toreros, antieuropea, de tibia religiosidad: la “España inferior” a la que después imprecaría don Antonio Machado. La otra, la España ideal, que los hombres del 98 buscan a través de Castilla, a través de la revisión de mitos e historias castellanos, la España que ellos, algunos de ellos, llamaron, para bien o para mal, eterna. Ambas Españas son tristes y desoladas, variantes de una misma y tópica España negra. El variado repertorio de soluciones que proponen los del 98 parte de esta constatación primaria. Su arbitrismo intelectual continúa una tradición de apaños, recetas y panaceas que arranca del tiempo de los Austrias. El arbitrismo de Unamuno es religioso. Esgrime su cristianismo agónico como su cauterio, y a veces, como una banderilla. Su quijotismo tiene más de locura que de caballería, y desemboca, naturalmente -como ocurre siempre que la locura se mete en caballerías- en una renuncia a lo que constituye el propósito último de Maragall: la eficacia. Unamuno se lamenta de la vanidad de sus esfuerzos. “No puede ser, querido Maragall, no puede ser”, escribe en 1907. “Estoy amargado con lo que veo y oigo”. No repara en que esta consecuencia -el “no puede ser”- va implícita en sus ideas. Maragall suscribe, desde otro ángulo, la misma visión pesimista de España. La misión de Castilla en España, dice, ha terminado. Unamuno es el último superviviente: “Nunca los que hemos nacido de cara al Mediterráneo, nunca los hijos del húmedo Portugal, podremos acudir bajo su bandera” -la de Unamuno-; “pero todos nos sentimos forzados a bajar un momento las armas y a inclinar la frente saludando al último héroe castellano”.
Joan Fuster: Maragall y Unamuno frente a frente. Renuevos de CRUZ Y RAYA. Editorial Cuz del Sur, Santiago de Chile-Madrid, 1964
.- Joan Maragall: Himne Ibèric. De Guillermo Díaz Plaja: Figuras con un paisaje al fondo. Selecciones Austral. Espasa-Calpe, Madrid, 1981.
.- Joan Maragall, Visca Espanya..O.C. vol. 7, pág. 767.De Guillermo Díaz Plaja: Figuras con un paisaje al fondo. Selecciones Austral. Espasa-Calpe, Madrid, 1981
.- Guillermo Díaz Plaja: Figuras con un paisaje al fondo. Cita de Josep Pla. Selecciones Austral. Espasa-Calpe, Madrid, 1981.
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, discursos literarios. Editorial Prometeo. Valencia, 1966
.- Manuel Sanchis Guarner: La Llengua dels Valencians. Eliseo Climent. Editor. Valencia, 1994.
.- ...Seis pretendientes hacían valer sus derechos a la Corona; pero de ellos sólo dos representaban fuerzas importantes: el conde Urgel, catalán, y el infante de Castilla, don Fernando, llamado de Antequera, por haber vencido en dicha ciudad a un ejército del rey moro de Granada.
Defendían los catalanes la candidatura del conde de Urgel, hombre de buen corazón, pero de carácter violento, influido por las ambiciones de su madre. Los aragoneses y una gran parte del pueblo valenciano simpatizaban con don Fernando de Antequera, político sagaz y heróico guerrero, que en aquel momento era regente del reino de Castilla y no había querido ceder a las sugestiones de muchos que le aconsejaban usurpase el trono de su pequeño sobrino.
Los tres antiguos reinos que formaban la Corona de Aragón parecían dispuestos a una guerra civil. Se peleaban al encontrarse los partidarios de uno y otro candidato. El arzobispo de Zaragoza era asesinado en un camino.
Benedicto, valiéndose de maestro Vicente y de su hermano Bonifacio y otros, trabajaba por una avenencia general, pensando que el reino de Aragón era el más firme apoyo de su Pontificado. Al fin, convenían todos en dar al conflicto una solución democrática, hecho aíslado y prematuro en la historia de aquellos tiempos. El nuevo rey iba a ser elegido por nueve diputados que votaría el pueblo, tres por cada uno de los reinos de Aragón, Cataluña y Valencia. Los valencianos designaban a maestro Vicente, su hermano Bonifacio y un anciano legista. Entre los tres de Aragón figuraba Francisco de Aranda, confidente de Benedicto, al que los enemigos de éste atribuían, por su aspecto desaliñado y su gran barba, habilidades mágicas y tratos con los espíritus infernales para sostener a dicho Pontífice. Los de Cataluña eran defensores de la candidatura del conde de Urgel. Se reunieron todos ellos en Caspe, villa aragonesa, cuyo castillo fue declarado neutral, quedando su guarnición bajo las órdenes de los nueve diputados.
Durante muchos días la atención de España y otros reinos de la Cristiandad estuvo fija en Caspe. Era la primera vez que delegados del pueblo iban a elegir un rey libremente, siendo todos ellos hombres de origen modesto, religiosos o legistas.
Los partidarios de uno y otro candidato se mantenían a distancia en Caspe, con sus gentes y sus armas. Iban y venían sin éxito embajadores de ellos para conferenciar con los nueve compromisarios. Estos observaban una reserva prudente. Nadie podía adivinar sus predicciones. Benedicto XIII, desde lejos, mostraba igual mutismo.
Maestro Vicente creía en el diablo y en sus malas artes, lo mismo que los miembros del Concilio de Pisa.
Todos, en aquella época, lo veían con frecuencia interviniendo en los asuntos menudos de la vida corriente, y más aún en los negocios generales del país. Algunos, ansiando saber quién sería rey de Aragón, buscaron a un nigromante para que evocase al diablo que conoce muchas veces las cosas del futuro lo mismo que Dios. Mas el diablo, al comparecer ante el hechicero, confesó su impotencia en todo lo que se refería al llamado Compromiso de Caspe. Le inspiraba irresistible pavor un hombre que vivía ahora en dicha población: el milagroso maestro Vicente, y éste le había ordenado no acercarse a ella en dos leguas a la redonda, para que le fuese imposible oír las discusiones de los compromisarios ni perturbarlas con sus malas artes.
-El futuro santo -continuó Borja- conocía al demomio de larga fecha y sabía descubrirlo a través de los más extraordinarios disfraces. Cuatro años antes, asistiendo al Concilio de Perpiñán, se fijó en un ermitaño de grandes barbas, con la capucha sobre los ojos, que permanecía sentado cerca de Benedicto XIII, sin que nadie lo conociera, y daba al Pontífice insidiosos consejos. No tardó en adivinar el maestro Vicente que era uno de los diablos ocupados en la prolongación del cisma, y le ordenó que se marchase. El demonio, viéndose descubierto, dijo: <> Y al día siguiente, el abad de un monasterio próximo, gran amigo del santo, moría de una dolencia inexplicable... Pero volvamos a Caspe.
Cuando, terminadas las discusiones, llegaba el momento de nombrar futuro rey, maestro Vicente, aunque no les correspondía a los delegados valencianos ser los primeros en la votación, se apresuró a manifestar cuál era su candidato, decidiéndose por don Fernado de Antequera, y la mayoría de sus compañeros hizo lo mismo.
Sin duda, era también el candidato de Benedicto. En su juventud se había batido éste como soldado por don Enrique de Trastámara, ascendiente de don Fernando. Además, estableciendo una dinastía castellana en Aragón, podía contar con el apoyo de los dos reinos.
-Muchos catalanes- continuó Borja- no han perdonado aún a San Vicente Ferrer que abusase de su prestigio, imponiendo a un castellano en la elección de Caspe.
Maestro Vicente, en aquellos tiempos, en que no existía aún la nación española, empleaba con frecuencia la palabra españoles al dirgirse a sus oyentes, intentó realizar de tal modo la unión nacional.
Dicha unión no fue un hecho hasta el siglo siguiente. La dinastía castellana que entró a reinar en Aragón se catalanizó en ideas y costumbres, y luego se italianizó con Alfonso Quinto, que iba a pasar la mayor parte de su existencia en el reino de Nápoles, conquistado por él. Pero de todos modos, maestro Vicente fue un precursor de la patria única, el primero que intentó crear la España tal como existe ahora.
Vicente Blasco Ibáñez: El Papa del Mar. Obras completas. Aguilar, Madrid, 1972
.- Manuel Tuñón de Lara, Jordi Solé Turá, A. Balcells, C. Blanco Aguinaga y otros: VIII Coloquio de Pau: La crisis del Estado Español: 1898-1936. Editorial Cuadernos para el Diálogo, S.A. Madrid, 1978.
.- Ángel Ganivet: El porvenir de España, Obras completas. Madrid. Aguilar, 1962 (En La Generación del 98, Antonio Prieto, Cuadernos de HISTORIA 16, 1985)
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, discursos literarios. . Editorial Prometeo. Valencia, 1966
.- Ángel Ganivet, Los trabajos del infatigable creador Pío Cid. Editorial Cátedra
.- José María Meliá, Pigmalión, Blasco Ibáñez, novelista. Sucesores de Vives Mora, Valencia, 1967
.- Manuel Azaña: El jardín de los frailes. Pág. 11. Ediciones Albia. Bilbao, 1977.
.- Antonio Prieto: La Generación del 98, Cuadernos de HISTORIA 16, 1985
.- Antonio Prieto: La Generación del 98, Cuadernos de HISTORIA 16.
.- Laín, enfatiza lo expuesto con un pie de página -el 4- en el que dice: Debo la lectura del mencionado artículo a la amabilidad de mi buen amigo Mariano García Hortal. La “generación erótica” a que Azorín se refiere en este artículo debe ser la de los novelistas que hacia 1910 iniciaron su carrera literaria: Pedro Mata, Alberto Insúa, Eduardo Zamacois, Hernández Catá, etc.
.- F. León Roca: Blasco Ibáñez, política y periodismo. Edicions 62, S.A. Barcelona, 1970.
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, DISCURSOS LITERARIOS, citas finales. Editorial Prometeo. Valencia, 1966.
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, DISCURSOS LITERARIOS, citas finales. Editorial Prometeo. Valencia, 1966
.- Elvira Huelbes, El Mundo, 6 de diciembre de 1997
.- En la planta baja de su museo de Cördoba, hay un libro abierto por una página en la que, escrito de su puñoy letra, responde así a la cuestión. ¿Qué debe ser la pintura?
La pintura ha de ser lo que fue siempre, porque desde los primitivos a Goya, pasando por tantos temperamentos y escuelas, el concepto fue el mismo porque es eterno.
Valle-Inclán, el gran maestro, lo ha dicho de la manera más concisa y feliz:
“Nada es como es sino como se recuerda”.
La pintura debe ser la verdad vista a través del recuerdo>>.
Jesús Ávila Granados y Mauro Blasco Guillén: Julio Romero de Torres. Revista HISTORIA 16. nº 49, mayo de 1980.
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, DISCURSOS LITERARIOS, citas finales. Editorial Prometeo. Valencia, 1966
.- Emilio Gascó: Vicente Blasco Ibáñez, DISCURSOS LITERARIOS, citas finales. Editorial Prometeo. Valencia, 1966
.- Rafael Núñez Florencio: El 98 como mito, Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, nº 60, diciembre de 1988.

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