Manuel Rodríguez es un hombre observador que esculpe el tiempo y el motivo del tiempo, es decir, el instante “real” en que la realidad idealiza. Dios me parece que hizo al hombre barro. Luego, es muy posible que el primer escultor de la cosa humana fuese Dios. Después le sopló y le dio vida, más tarde, por el cachondeo que se llevaban, se cabreó con los del Sodoma y Gomorra y convirtió a la mujer de Lot en estatua de sal. Es decir, que Dios, siempre escultor, difícilmente deja que alguien le usurpe el oficio. De manera que, esto de injertar volúmenes trascendentes en el vacío, es asunto de unos pocos, tocados por la gracia divina de la creación.
Manuel Rodríguez esculpe, ya digo, realidades, cosas, hombres y seres vivos que todos podemos reconocer… El referente natural de Manuel Rodríguez es Mariano Benlliure, lo suyo, suyo es, pero nos remite en muchas aspectos a Benlliure. Uno observa las conversaciones de Manuel Rodríguez en la especie de campus del Ayuntamiento de Navajas y descubre que está a primeros del siglo pasado, del XX, en algún balneario u hotel con literatura implícita y expresa.
Sin embargo la grandeza de este hombre consiste, amén de su obra (que tal vez sea él mismo vestido de materia), en que en su homenaje, ha podido reunir a todas las tribus y clases, desde amas de casa a escolares con sus maestras. Allí tenía al alcalde de su pueblo, José Vicente Torres, y al de Segorbe, Rafael Calvo, junto a sus respectivas concejalías de Cultura, representadas por la señora Amalia Sabio y Francisco Tortajada. Y además, una banda de música compuesta por veteranos (la del CEAM) le interpretó su propio pasodoble: Manuel Rodríguez. No queda al alcance de todos, ser querido en su pueblo y en el vecino, ser a la par un creador ensimismado y, por remate, que le compongan e interpreten un pasodoble. Lo conseguido por Manolo Rodríguez, lleno de vida, gatos y ensoñación, observador de la cara platónica de la existencia, es algo reservado a los dioses.
Manuel Rodríguez, autor del Monumento al Combatiente Iraquí, lo es también entre otros muchos, del de Manolo Montoliu y del de la Entrada de Toros de Segorbe, que es por donde yo mejor me entronco con su creatividad. En el homenaje, alguien le regaló un bastón con la empuñadura tallada en forma de cabeza de caballo, y él, dijo: “Ya tengo la Entrada completa: el toro y el caballo”. Pero el toro y el caballo sustentan el Guernica de Picasso, es decir, la pura hispanidad en el dolorido llanto de Vasconia. Y Manuel Rodríguez es, seguramente con Gargallo, es parte esencial de la mejor hispanidad posible y demostrable.
Unos dicen que hay que labrarse el destino; otros, que es el destino quien nos labra a nosotros. La cosa no acaba de estar clara. Don Camilo decía que no somos nosotros los que dejamos los vicios, sino los vicios los que nos van dejando a nosotros. Esto viene a ser lo mismo pero sin vicios, o con el solo vicio de crear. Porque Rodríguez ha mantenido el vicio de sacar en bronce y duraderos los momentos esenciales de los hombres y los pueblos.
A los setenta años MR está, anímica y casi físicamente, como para volver a empezar, pero ya de lo andado debe sentirse satisfecho: el pueblo está con él, y los hombres y mujeres capaces de interpretar la verdad incrustada en el éter, también. Incluso están con él los que tampoco entienden esto. Yo creo, pues, que Manuel Rodríguez se nos presentó el otro día como el escultor de su propia vida. Créanme, no es fácil.
Manuel Rodríguez esculpe, ya digo, realidades, cosas, hombres y seres vivos que todos podemos reconocer… El referente natural de Manuel Rodríguez es Mariano Benlliure, lo suyo, suyo es, pero nos remite en muchas aspectos a Benlliure. Uno observa las conversaciones de Manuel Rodríguez en la especie de campus del Ayuntamiento de Navajas y descubre que está a primeros del siglo pasado, del XX, en algún balneario u hotel con literatura implícita y expresa.
Sin embargo la grandeza de este hombre consiste, amén de su obra (que tal vez sea él mismo vestido de materia), en que en su homenaje, ha podido reunir a todas las tribus y clases, desde amas de casa a escolares con sus maestras. Allí tenía al alcalde de su pueblo, José Vicente Torres, y al de Segorbe, Rafael Calvo, junto a sus respectivas concejalías de Cultura, representadas por la señora Amalia Sabio y Francisco Tortajada. Y además, una banda de música compuesta por veteranos (la del CEAM) le interpretó su propio pasodoble: Manuel Rodríguez. No queda al alcance de todos, ser querido en su pueblo y en el vecino, ser a la par un creador ensimismado y, por remate, que le compongan e interpreten un pasodoble. Lo conseguido por Manolo Rodríguez, lleno de vida, gatos y ensoñación, observador de la cara platónica de la existencia, es algo reservado a los dioses.
Manuel Rodríguez, autor del Monumento al Combatiente Iraquí, lo es también entre otros muchos, del de Manolo Montoliu y del de la Entrada de Toros de Segorbe, que es por donde yo mejor me entronco con su creatividad. En el homenaje, alguien le regaló un bastón con la empuñadura tallada en forma de cabeza de caballo, y él, dijo: “Ya tengo la Entrada completa: el toro y el caballo”. Pero el toro y el caballo sustentan el Guernica de Picasso, es decir, la pura hispanidad en el dolorido llanto de Vasconia. Y Manuel Rodríguez es, seguramente con Gargallo, es parte esencial de la mejor hispanidad posible y demostrable.
Unos dicen que hay que labrarse el destino; otros, que es el destino quien nos labra a nosotros. La cosa no acaba de estar clara. Don Camilo decía que no somos nosotros los que dejamos los vicios, sino los vicios los que nos van dejando a nosotros. Esto viene a ser lo mismo pero sin vicios, o con el solo vicio de crear. Porque Rodríguez ha mantenido el vicio de sacar en bronce y duraderos los momentos esenciales de los hombres y los pueblos.
A los setenta años MR está, anímica y casi físicamente, como para volver a empezar, pero ya de lo andado debe sentirse satisfecho: el pueblo está con él, y los hombres y mujeres capaces de interpretar la verdad incrustada en el éter, también. Incluso están con él los que tampoco entienden esto. Yo creo, pues, que Manuel Rodríguez se nos presentó el otro día como el escultor de su propia vida. Créanme, no es fácil.
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