Friday, June 15, 2007

Cuaderno roto

Romper un cuaderno requiere un esfuerzo. No es fácil… Una cosa es desgarrar una cuartilla y otra un cuaderno. Solamente una vez se ama en la vida y solamente una vez lo he intentado... y logrado. Es decir, solamente una vez lo he roto, pero no del todo… Porque lo roto (como el descosido) tiene voluntad de arreglo, de pasado quimérico y morriña. En cambio, lo calcinado por el fuego se diluye en la memoria y acaba por no ser ya ni recuerdo. Los escritores quemamos lo que no amamos y rompemos lo que queremos.


Enredado, pues en la red de mis tinieblas, he encontrado un cuaderno roto escrito al alimón por una Penélope en zozobra y un Ulises hastiado de los mares… ¿Quién espera a quién?... Nunca se sabrá, porque también el regreso es una espera. Una des-esperada espera. Una vez yo regresé a un pueblo y quien buscaba ya no era quien buscaba, como tampoco era yo Juan para quien esperaba. Sin embargo, éramos uno y una en el entramado de la noche. Entonces escribía la última página del cuaderno sagrado que empieza por el final, así nunca se sabe si es que ha terminado o que la historia comienza. Es lo que, de alguna manera, hacía Azorín: levantarse a las 12 de la noche para que nadie supiese si madrugaba o trasnochaba.

Pero romper un cuaderno, como digo, no es decisión apocalíptica y fatal, sino un desgarro del corazón, un infarto, una angina, una arritmia severa y asfixiante… Nada puede compararse en su dolor a la rotura de una obra escrita en un cuaderno. Ya lo decía mi admirado maestro don Camilo: "para escribir, siempre mejor un cuaderno, porque las cuartillas se desparraman y uno puede volverse loco buscando y rebuscando". Y así lo hizo también mi otro gran profesor, Josep Pla, en ese maravilloso Cuaderno gris, que tanto queremos los que no tenemos más que tinta entre los dedos. Y también Saramogo en Lanazorte, y José Hierro en Nueva York. Hemos escrito y amado cuadernos todos los que tenemos alma de cántaro... roto ... y más aún en esta fuente donde ahora abrevamos...

Porque, ya digo, en mi noche oscura de cada día voy leyendo el cuaderno roto y encontrado mientras suena, meláncólica y onírica, una pavana de F.T. Y porque yo sólo soy un hombre que lloró cuando se fue don José García Nieto. Un niño diluuido en las páginas madre de La Estafeta Literaria, una revista asociada a mi ser, igual que el café Gijón, que metió en la médula de mi sangre el roto de mi dolor. Y se lo debo a Juan Emilio Aragonés, un hoscense de nombre hermano que yo quería mucho cuando, también yo, era aspirante al Juan Emilio Sanchis que soy ahora. Entonces escribía en unos cuadernos ferroviarios, de dos raíles, que se llamaban Rubio, según fuerzo los recuerdos... Todo el saber se sabía en un enciclopedia, nada volteriana, que empezaba en Viriato y acababa con el Caudillo. Sin embargo, aprendí a leer con el Quijote y me enamoré de Dulcinea. Y desde entonces, Dulcinea…, siempre Dulcinea, simpre encantada y... creo que jamás hallada...

Ahora, pues, con la cabeza rota como un cuaderno en sí contradictorio, leo páginas de añoranza de una Lucía que se va y deja a Ulises esperando, y unos zapatos rojos de poetisa metida a prostituta por falta de un amor correspondido. El cuaderno está roto, sin rencores, como mi cabeza en la angustiosa madrugada de este día sin fin y sin apenas esperanza..., que ya lo dijo Gloria Fuertes…:

... Y tu desigual cabeza rota en trozos
Inquieto insecto bello de ala loca
Cambiante mar sin fin
a veces lago
o galerna en calma
que devora
a capricho el balandro
del último poeta.

... Porque el último poeta ya está muerto, pero dejó un cuaderno... Y está roto.



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