Friday, June 02, 2006
“Somos la voz de los que callan”, es lo que reza un panel situado en lo alto del vestíbulo del periódico Las Provincias. Estuve hace unos días en la redacción y lo contemplaba con la vista cansada del recuerdo. Desde los tiempos en que se ubicaba en el paseo de la Alameda que no había visitado este periódico, quizá el más representativo de Valencia. Entonces era 1981 y aún andaba la gente acojonada por los bigotes de Tejero y la ráfaga de la “Z” (sin la “P”) que desconchó las altitudes del Congreso. O sea que eran los tiempos del “¡se sienten, coño!” escrito hasta en sonetos y letrillas satíricas, a toro pasado, claro...
Eran tiempos en los que logré, en el umbral de mis 30 años, el acceso a la facultad de Derecho… Y como hasta el curso siguiente no me podía matricular, asistía a las clases como oyente, que era lo que me daba posibilidades de vidente… Derecho era la única justicia que quedaba a mi alcance, porque Periodismo no se podía estudiar en Valencia. Algunos “ilustres” me convencieron de que, para echarle literatura a los periódicos, tampoco era necesario Periodismo, que ignoro si entonces se llamaba ya Ciencias de la Información o se mantenía en Periodismo. Ciencias de la Información es una falacia que no tiene que ver nada con el Periodismo: ¿alguien se imagina a Larra presentando un telediario?.. Habida cuenta de la mezcolanza que se da por las noches en el espacio aéreo entre Boris Izaguirre, Buenafuente, el Sardá y demás fantasmas de las tinieblas, más valdría que no se manchase el dignísimo quehacer del Periodismo con sus bodrios para idiotas.
... Pero, sigamos: el edificio de Las Provincias, por la tarde, es como un templo sobrio, como una bóveda de palabras en silencio, como un foro respetuoso donde la imaginación nos puede hacer escuchar el canto gregoriano de la paz de Silos… No hay estridencias. Uno (que soy yo), en esa visita, encontró la paz: “esa paz”... Porque no eran los veinte años del Volver, sino los "veinticinco años sin paz" que mediaban entre mi primer artículo, con foto incluida (mis fotos siempre le gustaron a mi ex, doña Noelia, dicho sea lo de “ex” con estricto sentido del pasado) que publiqué y que nunca ha dejado de sorprenderme por su calidad. La verdad sea dicha, Maria Consuelo Reyna “vio” aquel trabajo en seguida… Primer artículo que, ya digo, partió de una imagen. Primero, fue la pobreza; luego, la cámara; y después, llegó la palabra.
Recuerdo perfectamente que fue en la explanada de la calle Colón, puerta del primer Corte Inglés ubicado en Valencia. Y que la gente parecía feliz. Y que a mí me habían despedido de alguno de mis múltiples trabajos. Vi la escena de la mujer con el niño limosnero y, gracias a ella, pude expresar mi odio como forma de amor a la humanidad. Un odio hacia un estado de las cosas (recién recuperada la democracia) que, al leer el rótulo del vestíbulo (“Somos la voz de los que callan”), me dejó en paz y tranquilo de conciencia. … Porque ese artículo, Los marginados sociales, fue mi bautismo de fuego con la endemoniada calle que, somatizada y vomitada en el papel, es la que le da valor empírico a la literatura. Fue (repito) lo primero que escribí. Lo primero que publiqué.
Ayer, pues, me fui a la hemeroteca municipal para buscarlo, porque el ejemplar del estreno no sé en manos de qué allegado se encuentra… Y di con él, claro: 24 de julio de 1981. Recuerdo que, al encontrarlo, me descubrí yo mismo en la pobreza (también soy un marginado social, de otra manera). Recuerdo que ese ejemplar, que no sé quién lo guarda, lo compré en Altura. Y que recogí a una chica que hacia auto-stop hacia Valencia, que fue la primera que lo leyó y me dijo: “Muy crudo, pero muy irónico”. Y así me he mantenido durante los últimos veinticinco años, que han pasado en un soplo, por seguir con el tango… Daba trágica ironía ver en las fotos de los periódicos de esas fechas las caras de muchos que ya están muertos: la firma de Vizcaíno Casas, la mera actualidad de entonces, la ETA, pertinaz como el carlismo y la sequía…, todas nuestras instituciones del terror, y mucha gente buena desaparecida. Daba pseudorisa constatar cómo, dentro de otros veinticinco años, ya no podré ver de nuevo en la hemeroteca mis primeros pasos literarios y, en cierta manera, políticos. Porque siempre he estado con los perdedores… Y lo sigo estando. Durante casi dos décadas he estado estudiando, profundamente, qué es España, por una parte, mientras le recorría vendiendo gaseosas El Siglo (todo un símbolo); y, por otra, qué fue de los republicanos perdedores de la guerra civil… Creo que perdieron la guerra pero ganaron la postguerra, como barruntaba Machado, don Antonio…
En realidad, quedó todo como absurda sangre derramada cuando Carrillo y La Pasionaria (gracias a la valía de Adolfo Suárez) se sentaron en el Congreso de los Diputados. Y también quedó claro, durante los tiempos del “por consiguiente”, cómo fue el golpe de mano de en Suresnes. El mentado FG. Yáñez, Guerra, etc., violentaron la puerta de la sede del partido, cambiaron la cerradura y “le dieron puerta” a toda la historia del socialismo español. Porque tampoco en balde hay un PSOE llamado “histórico”, que es el verdadero, pero no le dejan salir de la pechera del amigo Manuel Murillo. Aunque la conjunción republicano-socialista no siempre ha sido feliz y de compadreo. Prieto estimaba a Azaña, pero Llopis llamaba al señor presidente de la República “El Tío de la Verruga”, que tampoco está mal para ir unidos políticamente por la vida…… Sí, he estado siempre con los que callan y con los obligados a callar.
La noche del 13 al 14 de diciembre del 88 la pasé con los piquetes de la huelga general. Todo un "insomnio" que pretendió enmendar al felipismo y no consiguió más que otro día festivo en el santoral. Lo digo porque, en el tan esperado 14-D, a las cuatro de la tarde ya esperaba, y desesperaba, sentado en una acera de la plaza de san Agustín. A eso de las cinco las cinco ya los grupos, especialmente de la CGT, eran numerosos. En ese rebullir inicial del gran desfile, llegó un perrillo, pequeño, bastardo y callejero, nos miró a todos, se fue a la peana de la farola que soportaba un anuncio del café 154 (“el café que te pone en pie”), levantó la pata, orinó y se fue, mascullando su libertad entre un enjambre de pasos con los destinos marcados. Tampoco se extrañe nadie: muchas veces “los que callan” es que quieren permanecer callados, por no arriesgar. De manera que, uno pone su voz, grita, se desgañita, y los que estaban callados sólo utilizan su voz para delatarte con menos clase que Judas, que, a la postre, se ha demostrado que fue el apóstol más honrado, como yo me temía. También don Quijote liberó a todos los presos de una cadena por el mero hecho de que no podía ver que los hombres fuesen conducidos contra su voluntad, sea cual fuera la causa. Y claro, los liberados, en agradecimiento le propinaron una demoledora paliza. Pero el hidalgo, calladamente, volvió a ensillar a Rocinante y a continuar luchando contra todos.
Que nadie espere, pues, una recompensa más allá de la paz con su conciencia; como muy bien dice el tango: “no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor”…En el Manifiesto fundacional de Las Provincias, como digo, “los que callan” no siempre son considerados como obligados a callar (que también), sino como prudentes y serenos que saben que la algarada, en algunas ocasiones, tampoco conduce a nada. Cuando se lanzó el periódico a la calle, faltaban todavía dos años para la revolución de 1868, que fue la que puso en Francia a Isabel II. Y el devenir de la historia le viene a dar casi la razón al Manifiesto, porque pasaron la Gloriosa, Prim, Amadeo, Castelar, Salmerón…, los Alfonsos, don Miguel Primo de Rivera, don Manuel Azaña, Franco y … otra vez llegaron los Borbones. A la fin, demasiada sangre derramada por meras posturas, enconamientos y algún que otro encoñamiento (el coño siempre unido a España por la eñe: “¡Sé sienten, coño!”, ya saben…). Como muy bien se explica en ese documento fundacional de Las Provincias: "Nuestro criterio es el modesto criterio del sentido práctico. En la anterior legislatura -permítasenos este recuerdo- discutíanse en el Congreso con el acostumbrado calor graves cuestiones de presupuestos. El Gobierno no accedía a nada de lo que solicitaba la oposición; ésta no aprobaba nada de lo que proponía el Gobierno. En tal situación que es crónica en nuestro parlamento, olvidóse sin duda de su papel un elocuente ministro, y exclamó: ¡Ah! Si los señores de enfrente pudiesen encerrarse conmigo sin testigos por unas cuantas horas, dejándonos aquí nuestros antecedentes políticos ¡cuán pronto estaríamos todos de acuerdo!".
Yo estoy ya de vuelta de muchas cosas en la vida. En otras, tengo también, usando palabras de Cervantes (mi vida sin la obra de Cervantes no tendría sentido), “puesto ya un pie en el estribo” para la galopada final de la carrera. Pero todavía puedo maltratar la vida que me quede prestando mi voz a los que callan. Al fin y al cabo, puede que lo haya perdido todo, o casi todo; pero como decía aquel gran poeta vasco de la Generación del 50, aquel Blas de Otero que también apostillaba “muy airosa criatura es Dulcinea”...: "me queda la palabra". Asi que, pues eso, como a él, me queda la palabra. Así que soy, y seguimos siendo algunos, “la voz de los que callan”